• Geopolítica

    GESTIÓN ALGORÍTMICA EN EL MERCADO LABORAL (V)

    Las plataformas digitales laborales, como Uber, Deliveroo o Amazon Mechanical Turk, usan algoritmos para asignar tareas, evaluar desempeño y controlar remotamente a trabajadores. Estas tecnologías permiten una flexibilización extrema del mercado laboral, pero simultáneamente reproducen relaciones asimétricas de poder en las que los trabajadores están permanentemente monitorizados y sometidos a evaluación cuantitativa opaca.

    Un análisis crítico evidencia que estos sistemas transforman la concepción del trabajo y la autonomía laboral, sustituyendo contratos sociales por relaciones algorítmicas que precarizan el empleo y diluyen responsabilidades patronales concretas. La racionalidad instrumental que impulsa la gobernanza algorítmica deshumaniza el ejercicio laboral y genera nuevas formas de explotación.

    Todos los ejemplos concretos que he propuesto a lo largo de estos días muestran cómo la gobernanza algorítmica constituye un espacio donde la teoría crítica sigue manifestándose vigorosamente a nivel planetario, poniendo en evidencia desafíos claves para la libertad, la justicia y la dignidad humana y, al mismo tiempo, revelan la urgencia de reflexiones críticas fundamentadas que contribuyan a diseñar políticas y tecnologías que respeten plenamente los derechos y valores humanos.

  • Globalización

    SISTEMAS DE CRÉDITO SOCIAL Y VIGILANCIA MASIVA (IV)

    Modelos de crédito social, como el desarrollado en China, ilustra de manera extrema la gobernanza algorítmica aplicada a la vigilancia y el control social. A través de la recopilación masiva de datos sobre comportamientos individuales -financieros, sociales, legales- se asignan puntuaciones que influyen en el acceso a servicios, movilidad y oportunidades de vida.

    Este sistema establece una forma totalitaria de control suave que penetra cada ámbito de la vida cotidiana y normaliza la conformidad a normas de comportamiento aceptadas. La evaluación automática basada en algoritmos multiplica las sanciones y recompensas, en un entramado que mina la privacidad y reduce la libertad a la sumisión a una lógica computacional distante.

    Desde una óptica crítica, esto ejemplifica la biopolítica más avanzada, donde la tecnología no solo informa decisiones sino que condiciona subjetividades y relaciones sociales, ampliando los mecanismos de opresión de manera disciplinaria pero difusa.

  • Globalización,  Manipulacion

    EVALUACIÓN Y SELECCIÓN EN RECURSOS SANITARIOS (III)

    Durante la pandemia de COVID-19, se implementaron algoritmos para priorizar la asignación de recursos médicos escasos, como ventiladores o camas de UCI. Estas decisiones automatizadas buscaban optimizar la eficiencia y justicia distributiva pero enfrentaron críticas por criterios opacos y la posibilidad de sesgos que desfavorecieran determinados grupos por edad, discapacidad u otros factores.

    Asimismo, en la salud pública y clínica, los algoritmos usados en diagnósticos o recomendaciones médicas han mostrado sesgos importantes cuando los datos de entrenamiento no reflejan adecuadamente la diversidad poblacional, lo que puede conducir a diagnósticos erróneos o inequidades en tratamientos.

    En estos casos, la teoría crítica ayuda a revelar cómo la dependencia excesiva en tecnologías algorítmicas puede invisibilizar valores éticos fundamentales y profundizar brechas sociales bajo la cobertura de “neutralidad” técnica, exigiendo la participación activa y crítica de la sociedad en la evaluación y regulación de estas tecnologías.

  • Globalización,  Manipulacion

    ALGORITMOS EN JUSTICIA PENAL (II)

    Un ejemplo crucial de gobernanza algorítmica es el empleo de sistemas algorítmicos para la evaluación del riesgo en decisiones judiciales y penitenciarias. Instrumentos como COMPAS (Correctional Offender Management Profiling for Alternative Sanctions) se usan en varios estados de Estados Unidos para predecir la probabilidad de reincidencia de un acusado y decidir sobre libertad condicional o sentencia.

    Estos sistemas, desarrollados a partir de datos históricos y algoritmos opacos, han sido criticados por reproducir y amplificar sesgos raciales y socioeconómicos existentes en el sistema de justicia. Por ejemplo, los algoritmos tienden a asignar mayor riesgo a personas de minorías étnicas, lo que conduce a decisiones judiciales discriminatorias aunque no haya intención explícita.

    El análisis crítico destaca aquí cómo la adopción de tecnologías aparentemente objetivas oculta procesos de exclusión estructural y opresión institucionalizada. El legitimar la gobernanza algorítmica a través de la científica neutralidad supuesta, refuerza relaciones desiguales de poder y dificulta la rendición de cuentas.

  • Globalización,  Manipulacion

    SEGMENTACIÓN Y CONTROL EN REDES SOCIALES (I)

    Uno de los ejemplos paradigmáticos de gobernanza algorítmica son los algoritmos que regulan la visibilidad y circulación de contenidos en plataformas como Facebook, Twitter, Instagram o TikTok. Estos algoritmos priorizan contenidos que generan mayor interacción—comúnmente contenidos emocionales, polarizadores o sensacionalistas—para maximizar el tiempo de permanencia y la publicidad.

    Esta priorización, a partir de un diseño tecnológico aparentemente neutral, configura en la práctica burbujas de filtro que segmentan a los usuarios en comunidades herméticas, reforzando sesgos y poniendo en tensión el espacio público democrático. Los contenidos que desafían las creencias dominantes o las corrientes activistas hegemónicas pueden ser invisibilizados mediante shadowbanning o reducción algorítmica del alcance sin transparencia ni apelación.

    Desde la perspectiva crítica, este ejemplo revela cómo un sistema técnico puede reproducir dinámicas de poder simbólico e instaurar una hegemonía cultural digital sin necesidad de coerción explícita: las opiniones discrepantes se vuelven invisibles socialmente, y las audiencias son moldeadas por una arquitectura algorítmica que privilegia ciertos discursos y perspectivas políticas.

  • General

    ONGS DESVIADAS

    Las ONGs ocupan un lugar de confianza en la imaginación pública: puentean burocracias, llegan donde el Estado no llega y canalizan la empatía social. Pero cuando se produce “desviación” —organizaciones que mantienen la retórica del bien común mientras operan para agendas privadas— esa confianza se convierte en el principal activo a explotar. La captura puede adoptar formas diversas: enriquecimiento personal de directivos, lobby encubierto, instrumentalización política o incluso apoyo indirecto a actores armados en contextos frágiles. El resultado es una ruptura del contrato moral que sostiene a todo el sector.

    La rentabilidad de la desviación nace de tres vectores: opacidad regulatoria, complejidad financiera y urgencia operativa. Los flujos combinan subvenciones públicas, donaciones filantrópicas y facturación a través de intermediarios; en emergencias, los atajos administrativos multiplican el riesgo; y la internacionalización permite arbitrar entre jurisdicciones con poca supervisión. A ello se suma la ingeniería reputacional: estructuras salariales opacas, campañas de marketing desproporcionadas y narrativas de impacto difícilmente verificables. En este ecosistema, la “industria de la ayuda” puede comportarse como un negocio de rentas, priorizando volumen de fondos sobre resultados reales.

    Las implicaciones geopolíticas son severas. En guerras y crisis humanitarias, el dinero externo puede distorsionar economías locales, alimentar clientelas y, por fugas y connivencias, terminar financiando milicias o redes criminales. En democracias consolidadas, la opacidad convierte a algunas ONGs en vectores de presión política sin trazabilidad de financiadores ni de conflictos de interés. El daño más profundo no es solo presupuestario: cada escándalo erosiona la confianza ciudadana y penaliza a las organizaciones que sí cumplen su misión.

    La salida no es añadir burocracia ciega, sino controles inteligentes: transparencia radical de beneficiarios reales y contratos; publicación granular y en tiempo real de ingresos y gastos; límites claros al lobby y registro de conflictos de interés; auditorías de impacto independientes con datos abiertos; responsabilidad personal de directivos y regímenes de sanciones y exclusiones; y coordinación entre donantes para impedir la “captura por cumplimiento”. Solo así podremos proteger los recursos públicos y, sobre todo, restaurar la credibilidad de un tercer sector imprescindible.

  • Globalización

    ¿REGRESO AL NEOMEDIEVO? RIESGO, INCERTIDUMBRE Y NUEVAS SEGURIDADES

    La Edad Media se recuerda como una época de fragmentación política y temores omnipresentes: guerra, peste, hambre. Algunos autores advierten que la globalización tecnológica podría conducirnos a un “neomedievo” donde el Estado pierde monopolios clave -la violencia y la ley- frente a cárteles, plataformas y jurisdicciones privadas.

    Los indicios son inquietantes: redes criminales transcontinentales desbordan las policías; los tribunales de arbitraje corporativo retan a los jueces nacionales; y el clima extremo multiplica desplazamientos que ningún ministerio de interior consigue encauzar. La incertidumbre se cuela así en la vida cotidiana, reinstalando ansiedades que creíamos superadas.

    Pero la analogía medieval no es destino. La ciencia biomédica, la inteligencia artificial y la cooperación multilateral ofrecen herramientas que ningún rey feudal habría imaginado. El desafío es vincularlas a un proyecto ético y político: pasar de una economía de la supervivencia -cada quien por su lado- a una arquitectura de seguridades compartidas que proteja derechos sociales, ambientales y digitales.

    En otras palabras, evitar el neomedievo depende menos de la tecnología que de la voluntad para inventar instituciones inclusivas a la altura de los riesgos globales que nosotros mismos hemos generado.

  • Globalización

    CIUDADANÍA COSMOPOLITA Y EMPATÍA GLOBAL

    La conectividad planetaria ha ampliado radicalmente el radio de nuestra empatía: una inundación en el Sudeste Asiático o un juicio climático en Europa detonan protestas y donaciones en cuestión de horas. Esa sensibilidad compartida da forma a una identidad política que trasciende el pasaporte y se pregunta por la justicia global.

    Sin embargo, la conciencia no basta. Convertir la “ciudadanía cosmopolita” en poder efectivo implica tres saltos: acceso a foros donde se debatan normas globales, mecanismos para exigir rendición de cuentas más allá de los Estados y, sobre todo, la capacidad de coordinación transnacional entre movimientos locales.

    Las plataformas digitales ofrecen la infraestructura inicial -campañas, financiamiento colectivo, observatorios ciudadanos-, pero también revelan los obstáculos: la cooptación por intereses corporativos, la fatiga militante y la brecha digital que deja fuera a millones.

    Frente a ello, la clave puede estar en construir “alianzas en capas”: redes que combinen la proximidad de las luchas locales (por el agua, el salario o la vivienda) con la escala global necesaria para modificar tratados comerciales o marcos financieros. Solo así la empatía se transforma en soberanía compartida.

  • Globalización

    LA PARADOJA DEL ESTADO MÍNIMO

    Uno de los mitos de la globalización neoliberal afirma que reducir el tamaño del Estado libera las fuerzas productivas y atrae inversión. Sin embargo, la experiencia de las últimas décadas muestra una paradoja: al recortar su músculo fiscal para “volverse ligero”, el Estado destruye justo las infraestructuras y políticas públicas que hacen atractivo su territorio para empresas y talento.

    Las carreteras, los sistemas de salud, las universidades y los tribunales confiables son bienes colectivos que elevan la productividad local; sin ellos, la promesa de salarios bajos o impuestos reducidos pierde brillo. Al mismo tiempo, la retirada del Estado debilita el tejido social que amortigua crisis: cuando estalla una pandemia o un shock financiero, los lazos comunitarios y las redes de protección se revelan tan valiosos como los incentivos fiscales.

    Así surge un dilema estratégico: los gobiernos compiten por inversiones globales aplicando austeridad, pero esa misma austeridad erosiona a largo plazo la competitividad que pretendían reforzar. El círculo vicioso concluye en deslegitimación política, precariedad laboral y fuga de capital humano.

    Romper la paradoja exige mirar la economía no como un juego de suma cero entre lo público y lo privado, sino como un ecosistema interdependiente donde las reglas, la confianza y la cohesión social son parte esencial -y rentable- de la infraestructura productiva.

  • Globalización

    DEL ESTADO SOBERANO A LA GOBERNANZA EN RED: ¿QUIÉN MANDA EN LA ERA GLOBAL?

    Durante siglos el Estado-nación fue la pieza central del tablero político: una autoridad concentrada, dueña de las fronteras y árbitro casi exclusivo de los asuntos públicos. Hoy, sin embargo, sus viejos muros se han vuelto porosos. Las cadenas de suministro, las plataformas digitales y los mercados financieros circulan por rutas que atraviesan la jurisdicción estatal como si fuera aire, de modo que las decisiones que importan se toman en foros multinivel donde participan gobiernos, empresas y ONG.

    Este tránsito de un “gobierno” jerárquico a una “gobernanza” en red exige al Estado más coordinación que imposición. La lógica es pragmática: en lugar de dictar la agenda, debe tejer alianzas público-privadas y articular normas con organismos transnacionales si quiere conservar influencia.

    Paradójicamente, esa apertura implica redefinir la soberanía, no sacrificarla. Cuando un país negocia estándares ambientales comunes, cede margen de maniobra inmediato, pero gana capacidad para afrontar riesgos planetarios que sobrepasan sus capacidades domésticas. Así, la autoridad se distribuye sin desaparecer: se traslada a mesas donde los actores estatales comparten silla con bancos centrales, organismos de la ONU y movimientos sociales.

    El resultado es un mapa de poder superpuesto, a veces confuso, donde la legitimidad depende menos de la bandera y más de la eficacia para gestionar problemas sistémicos -climáticos, sanitarios o financieros- que ningún actor puede resolver solo.

  • Totalitarismo

    EL GUARDIA EN TU CABEZA

    ¿Te sorprendes borrando un mensaje antes de publicarlo en una red social? No estás solo. Cada vez que calculamos quién podría ofenderse, qué captura de pantalla podría hundirnos o si un futuro reclutador revisará nuestro pasado digital, estamos ejerciendo la censura más eficaz: la que sale de dentro. Ya no hace falta que el poder vigile todas las pantallas; basta con que sepamos que alguien—un algoritmo, una turba o un jefe futuro—podría hacerlo. El miedo es tan silencioso que ni siquiera lo llamamos miedo: lo llamamos “prudencia”.

    Este guardia interior se alimenta de dos certezas modernas: todo queda registrado y todo puede viralizarse. Un chiste fuera de tono, una duda incómoda o una opinión impopular pueden costarte un contrato, una beca o la paz en tu grupo de WhatsApp. Resultado: antes de hablar, nos preguntamos si vale la pena el riesgo; casi siempre decidimos que no. Y así, idea tras idea, conversación tras conversación, la esfera pública se llena de discursos prelavados: inofensivos, repetidos y tan correctos que aburren.

    Romper ese hechizo empieza por recordarnos que la democracia se sostiene sobre el derecho a fallar en voz alta, a cambiar de opinión y a disentir sin miedo al linchamiento. Practicar el desacuerdo respetuoso, rescatar espacios de conversación sin grabadoras y celebrar a quien se atreve a rectificar son pequeños actos de desobediencia al censor interno. Porque cuando renunciamos a decir lo que pensamos, la libertad deja de ser un derecho y se convierte en un recuerdo.

  • Sociedad

    DEGRADACIÓN DEMOCRÁTICA

    La democracia ¿se está degradando a causa de la falta de separación de los poderes? Es una pregunta que veo repetida en algunos medios, de forma reiterada, en estos días. Por mi parte no me puedo callar al respecto: ya lo viste en el volumen 1 de Dinámicas Globales, en que hablé de manera amplia acerca de la democracia real.

    En realidad, la democracia lleva tiempo degradándose. Lo hace desde que empezó a perder su misma razón de ser, sus propios fundamentos. Se puede observar en el buenismo antropológico que contribuye a desnaturalizarla mediante una tutela de los errores, mediante la impunidad pragmática de los culpables de delitos, la relajación moral que recuerda el imperio romano devastado por los bárbaros, la indiferencia de los ciudadanos en cuanto a las actuaciones políticas ya que «todos son iguales».

    Giorgia Meloni, Presidente del Consejo de Ministros italiana, contestó en una ocasión a quienes la acusaban de una deriva totalitaria de manera clara. Si apretamos las tuercas y aumentamos las penas para quién incumple la ley, para los que okkupan viviendas, para los que se aprovechan de los ancianos y los más débiles, ¿a quién estamos oprimiendo? Porque, decía, lo que estamos haciendo no es reducir los derechos de los ciudadanos, sino precisamente tutelar a los ciudadanos honestos de los abusos de los que no lo son.

    Te invito a reflexionar, especialmente considerando qué derechos se están defendiendo en España (o en el país en que vives).

  • Geopolítica

    PODER FLOTANTE: OPACIDAD Y LOBBY EN LA GOBERNANZA SUPRANACIONAL

    Las organizaciones supranacionales se han consolidado como piezas clave del poder global, pero lo han hecho con una legitimidad democrática difusa. De ahí emerge un “poder flotante”: instancias que se presentan como prolongación de la soberanía estatal, aunque en la práctica responden a intereses transnacionales que superan —y a veces contradicen— las preferencias expresadas en las urnas. El resultado es un desajuste entre influencia real y control ciudadano efectivo.

    El motor de esta asimetría es financiero. La arquitectura de recursos mezcla fondos públicos, donaciones de fundaciones, aportes corporativos y circuitos offshore, creando capas de intermediación que oscurecen el origen del dinero y los potenciales conflictos de interés. En ese ecosistema, muchas ONG operan como lobbies de baja visibilidad y algunas instituciones intergubernamentales coordinan políticas con mínima rendición de cuentas, escudadas en procedimientos técnicos y en cadenas de intermediarios que diluyen responsabilidades.

    Sobre esa base crece una deriva tecnocrática y cultural: decisiones políticas se presentan como “técnicas”, desplazando el debate democrático, mientras ciertos programas actúan como vectores de “ingeniería social global”. Cuando una agenda encuentra resistencia en el ámbito nacional, reaparece por la vía supranacional: presiona desde fuera en materias sensibles —medio ambiente, derechos humanos, género— condicionando marcos legales y presupuestarios sin un mandato ciudadano claro.

    La respuesta exige método: seguir el rastro del dinero, mapear redes de influencia personal e institucional y medir impacto real sobre los procesos democráticos. Transparencia presupuestaria, trazabilidad de financiadores, evaluación independiente y límites al lobby encubierto son requisitos para reequilibrar la balanza. Sin estos contrapesos, la gobernanza global continuará acumulando poder en manos opacas, mientras la soberanía democrática se vuelve cada vez más nominal.

  • Totalitarismo

    CUANDO «TEMPORAL» SE VUELVE PERMANENTE

    Hace apenas unos años, mostrar tu historial médico para entrar a un café habría sonado paranoico. Hoy, un código QR sanitario nos parece una anécdota del pasado reciente. Así funciona la ventana de Overton: lo que ayer era impensable, mañana se vuelve rutina. El proceso es casi siempre idéntico: primero se lanza la idea extrema como algo hipotético o irónico; luego aparece un eufemismo tranquilizador —«pasaporte de libertad», «moneda digital inclusiva»—; llega la gran crisis que exige soluciones urgentes y, de pronto, el experimento “temporal” se queda para siempre. ¿Quién recuerda ya la promesa de desactivar la Patriot Act o las aplicaciones de rastreo COVID?

    El truco no es convencerte a base de argumentos, sino cansarte con sobresaltos encadenados. Terrorismo, pandemias, clima, desinformación… Cada alarma desplaza un poco más el límite de lo aceptable. Entre tanto, la comodidad juega de aliada: un pago sin contacto, una fila más corta en el aeropuerto, un clic para validar tu identidad. Pequeños privilegios que compramos con grandes concesiones invisibles. Cuando queremos darnos cuenta, el efectivo anónimo es «sospechoso», las cámaras de reconocimiento facial son «por tu seguridad» y cuestionar la norma se tilda de «negacionismo».

    Recordar cómo llegamos aquí es el primer acto de resistencia. Cada medida extraordinaria debe llevar fecha de caducidad y debate público real antes de instalarse en nuestra cotidianeidad. Porque si normalizamos lo impensable sin preguntarnos por qué, despertaremos en un mundo donde lo inevitable será obedecer.

  • Totalitarismo

    MIL VOCES, CERO ECO: LA TRAMPA DE LA DISIDENCIA FRAGMENTADA

    Nunca hubo tantos movimientos, etiquetas y causas como ahora; sin embargo, el poder se mantiene sorprendentemente cómodo. ¿Por qué? Porque la indignación está repartida en mil micro‑guetos digitales que rara vez se hablan entre sí. Algoritmos hechos para entretener clasifican a cada usuario por sus pasiones y le muestran solo lo que refuerza su identidad: el ecologista devora datos sobre plásticos, la activista de género recibe hilos sobre patriarcado, el indignado anticorrupción se alimenta de escándalos políticos. Todos creen estar “luchando”, pero lo hacen en pasillos paralelos que nunca confluyen.

    Esta dispersión genera una satisfacción engañosa: cada burbuja encuentra confirma­ción constante de que “los malos” son los otros y de que “su” causa es la más urgente. El clic fácil —un meme, una firma, un hashtag— produce un instante de euforia moral, pero no crea estructuras capaces de negociar o presionar. Cuando llega el momento de articular propuestas comunes, la energía se ha consumido en polémicas laterales y rivalidades internas. El sistema observa divertido cómo la marea se convierte en espuma antes de alcanzar la orilla.

    Dividir para reinar ya no es un simple eslogan: es ingeniería algorítmica. El reto del pensamiento crítico consiste en construir puentes entre causas que comparten un enemigo estructural —la concentración de poder económico, político y mediático— aunque difieran en matices. Hasta que no logremos que esas mil voces resuenen en un eco unificado, el totalitarismo blando seguirá festejando nuestra dispersión desde su palco privilegiado.

  • Totalitarismo

    TU BILLETERA, SU BOTÓN DE PAUSA

    Imagina que tu tarjeta deja de funcionar minutos después de que compartes en redes una crítica al gobierno. No hubo juicio ni multa: sólo un mensaje de “operación rechazada”. Esa es la nueva frontera del control social. El dinero ya no es sólo medio de intercambio; se ha convertido en un permiso digital, programable y revocable. Con monedas soberanas electrónicas, bloqueos bancarios exprés y puntajes “verdes” o ideológicos, el poder puede premiar o castigar sin disparar una sola ley ni enviar patrullas a la calle.

    El mecanismo es seductor porque se vende como modernización. Lucha contra el fraude, inclusión financiera, sostenibilidad climática… ¿Quién podría oponerse? Pero el precio es una libertad económica condicionada: tus transacciones son trazadas, tus ahorros pueden caducar o limitarse a productos “aprobados”, tus ayudas sociales dependen de que mantengas la “conducta correcta”. Canadá lo demostró congelando cuentas de camioneros; China lo perfecciona con su yuan digital programable; plataformas privadas como PayPal o Patreon ya ejercen de censoras financieras impidiendo que ciertas voces incómodas reciban donaciones.

    La consecuencia es sutil y profunda. Sutil, porque nadie percibe el zarpazo hasta que su saldo desaparece. Profunda, porque donde el dinero obedece al poder, la disidencia se vuelve un lujo inasequible. En la era del totalitarismo 3.0, la primera línea de defensa de tu libertad ya no está en la plaza pública, sino en la arquitectura invisible de tu cuenta bancaria. Mantén los ojos abiertos: un clic en un servidor puede valer más que mil policías en la puerta.

  • Totalitarismo

    CUANDO LAS PALABRAS PIERDEN FILO: LA NEOLENGUA DEL SIGLO XXI

    La libertad política empieza, siempre, en la precisión del lenguaje. Cuando el poder decide que la tortura es “interrogatorio reforzado”, que el espionaje masivo es “patriotismo” o que bombardear un barrio es “cortar el césped”, no solo engaña: nos roba las palabras con las que podríamos denunciarlo. Así funciona el totalitarismo blando: no necesita prohibir los términos incómodos, basta con vaciarlos, dulcificarlos o cargarlos de pólvora emocional. Una vez que el eufemismo ocupa el lugar de la verdad, la realidad queda desfigurada y la protesta se vuelve ininteligible.

    La operación es doble. Por un lado, el discurso oficial adopta una jerga higiénica que convierte cualquier atropello en trámite administrativo: “daño colateral”, “operación especial”, “confinamiento adaptado”. Por otro, ciertas etiquetas adquieren un peso destructivo que clausura el diálogo: basta con llamar “negacionista”, “odiador” o “ultra” a quien plantea una objeción para que quede fuera de juego. El debate deja de ser un intercambio de razones y se convierte en un campo minado de significantes tóxicos. Las palabras ya no describen: clasifican, absolven o condenan.

    Recuperar la libertad pasa, entonces, por rescatar el lenguaje. Nombrar las cosas por su nombre es un acto de resistencia; negarse a tragar eufemismos, un ejercicio de higiene mental. Allí donde la guerra es guerra y la censura es censura, la responsabilidad comienza a ser posible. Porque solo cuando las palabras vuelven a tener filo puede el pensamiento crítico cortar las telas de la manipulación.

  • Totalitarismo

    DEMASIADA INFORMACIÓN, CERO CLARIDAD

    Creíamos que la censura consistía en quitar noticias; descubrimos que también puede esconderse en el exceso. Hoy cada pantalla nos lanza titulares, alertas, vídeos y estadísticas a una velocidad imposible de procesar. Entre notificación y notificación, nuestra atención se fragmenta, nuestra memoria colapsa y la realidad se vuelve un zumbido de fondo. Cuando todo importa, nada adquiere sentido.

    Esta saturación no es inocente. Gobiernos y grandes plataformas han aprendido que la confusión es tan útil como la mentira. Versiones contradictorias de un mismo hecho, cambios de directrices sin explicación y debates convertidos en espectáculo generan desconfianza y fatiga. Al final, el ciudadano delega: “que otros decidan, yo no doy abasto”. Es la rendición cognitiva.

    Así se impone el totalitarismo 3.0: no te prohíbe leer, simplemente te ahoga en datos hasta que dejas de buscar la verdad. El resultado es una sociedad sobre‑informada pero desorientada, donde la crítica desaparece por agotamiento. Para preservar la libertad, quizá el primer paso sea tan sencillo (o tan difícil) como volver a elegir qué leer… y cuándo desconectar.

  • Totalitarismo

    EL CONTROL YA NO CASTIGA: PREDICE

    Vivimos convencidos de que la vigilancia masiva es cosa de dictaduras. Pero hoy, incluso en democracias formales, nuestros movimientos, intereses, relaciones y emociones son monitorizados a través de dispositivos que llevamos con nosotros voluntariamente. No es que el Estado nos espíe como antes: ahora somos nosotros quienes damos permiso, pulsamos “aceptar” y dejamos huellas constantes. Lo hacemos a cambio de comodidad, acceso o supuesta seguridad. Y ese precio, cada vez más, es nuestra libertad condicionada.

    El verdadero peligro no está en que te castiguen por lo que haces, sino en que te evalúen por lo que podrías hacer. Con sistemas de crédito social, identificación digital y perfiles de riesgo construidos por inteligencia artificial, se está implantando una lógica de sospecha permanente. No necesitas cometer un error para ser señalado: basta con que tu historial o tus patrones no encajen. Así, el acceso a ciertos derechos puede verse restringido sin que exista delito, juicio o defensa.

    Lo más inquietante de esta nueva forma de vigilancia es que no necesita amenazas: funciona como incentivo. Cuanto más obediente seas, más acceso tendrás. Cuanto más predecible, más fluida será tu vida. El resultado es una sociedad aparentemente libre, pero profundamente condicionada. Porque en este sistema, quien decide cómo debes comportarte no eres tú… sino el algoritmo.

  • Totalitarismo

    CUANDO EL MIEDO NO VIENE DEL ESTADO, SINO DEL GRUPO

    Hay censuras que no necesitan leyes. Basta con una mirada de desprecio, una acusación lanzada en redes, una invitación que ya no llega. El totalitarismo blando no se impone desde arriba, sino desde los márgenes sociales. Se vale de emociones como la culpa, la vergüenza y el miedo al rechazo para hacer que el pensamiento crítico se calle, incluso antes de nacer. Ya no se castiga al que disiente: se le aísla, se le ridiculiza, se le acusa de “hacer daño”.

    Este tipo de represión emocional opera con gran eficacia: transforma cualquier objeción en una transgresión moral. Si dudas, es porque eres insolidario. Si criticas, es porque odias. Si haces preguntas incómodas, es porque “alimentas discursos peligrosos”. Así se construye un consenso no argumentado, sino impuesto por la presión del entorno. Y quienes más lo refuerzan no son necesariamente agentes del poder, sino personas corrientes que actúan como guardianes emocionales del sistema.

    Lo más inquietante es que esta forma de control no necesita justificación legal ni aparato coercitivo. Su fuerza reside en lo emocional, en la anticipación del juicio ajeno, en la autocensura afectiva. Si el totalitarismo del siglo XX se basaba en el miedo al castigo, el del siglo XXI se apoya en el miedo a la desaprobación. El efecto es el mismo: el pensamiento libre desaparece. Solo que ahora, quien lo suprime somos nosotros mismos.

  • Totalitarismo

    EL NUEVO CENSOR NO GRITA: ENTIERRA

    En la era digital, la censura ha cambiado de rostro. Ya no llega con tijeras ni con policías uniformados. Ahora es un algoritmo quien decide lo que vemos, lo que ignoramos y lo que, sin saberlo, dejamos de pensar. La censura algorítmica no prohíbe: simplemente hace que el contenido desaparezca sin desaparecer. Y lo hace en nombre de la seguridad, la salud pública o la lucha contra la desinformación.

    El mecanismo es técnico, pero su efecto es político. Cada publicación que subimos a redes sociales se somete a un análisis automático: palabras clave, tono emocional, perfil del emisor, temas sensibles. A partir de ahí, el sistema decide si lo que has dicho merece ser visto, enterrado, marcado o eliminado. Es un proceso sin juicio, sin apelación, sin transparencia. Y lo más inquietante es que ya nos hemos acostumbrado a ello.

    Los regímenes autoritarios utilizan este filtro con descaro —como en China o Irán—, pero lo verdaderamente peligroso es que también se emplea en democracias formales como Canadá, España, India o Estados Unidos. El poder no necesita prohibir la crítica si puede invisibilizarla. Por eso, el totalitarismo del siglo XXI no necesitará silenciarte: le basta con hacer que nadie te escuche.

  • Totalitarismo

    ¿DEMOCRACIAS INMUNES? PRESENTO MI NUEVO LIBRO SOBRE LA ‘ENFERMEDAD TOTALITARIA’

    He publicado un nuevo libro de la serie Dinámicas Globales: el Volumen 5, “Totalitarismos 3.0”. Si te interesa, puedes adquirirlo en este enlace.

    En esta entrega amplío las líneas maestras que tracé en el Volumen 1 (Democracia real) y me centro en profundizar en las tendencias totalitarias de la sociedad contemporánea, a menudo ocultas bajo capas de respetabilidad democrática.

    Analizo la manipulación, la propaganda y el autoritarismo desde la óptica del pensamiento crítico y, sobre todo, propongo un algoritmo para detectar lo que denomino “enfermedad totalitaria”. Además, describo las diez técnicas empleadas por los totalitarismos 3.0 -o econototalitarismos– que iré resumiendo en las próximas entradas.

  • Proyectos,  Publicaciones

    Personajes Clave del Pensamiento Crítico

    He empezado a publicar pequeños eBooks dedicados a los personajes clave del pensamiento crítico. Preveo lanzarlos en orden cronológico, empezando por Sócrates, con una cadencia quincenal. Por el momento, la lista incluye 69 personajes, pero no descarto la posibilidad de que el número aumente.

    Evidentemente, los filósofos griegos no conocían el concepto de pensamiento crítico, pero plantaron la semilla que se convertiría en un árbol frondoso en este siglo XXI. Mi idea ha sido recuperar algunas aportaciones filosóficas (y, en tiempos más recientes, incluso de otras disciplinas) y poner de manifiesto sus contribuciones —involuntarias, si se quiere— al pensamiento crítico.

    Así surge un rompecabezas de teorías, provenientes de todos los ámbitos geográficos y civilizaciones, que contribuye a armonizar las bases del pensamiento crítico tal como lo conocemos hoy. El pensamiento de los distintos autores —los personajes clave— no se presenta aquí en su integridad, sino en sus líneas maestras, por lo que este proyecto puede considerarse una contribución al desarrollo del pensamiento crítico.

    Al tratarse de volúmenes breves, por ahora se publican únicamente en formato eBook para Kindle, aunque preveo agruparlos de diez en diez en una edición impresa.

  • Proyectos

    UN PARÓN VERANIEGO

    Hoy es el 31 de julio, por lo tanto empieza un parón veraniego. No me iré de vacaciones, pero necesito tiempo para dar forma a los proyectos que tengo abiertos, y en particular a:

    • Dar forma y contenido al Proyecto Radar, que empecé este año 2025 y que he decidido modificar para su publicación en formato impreso
    • Preparar los contenidos de nuevas charlas y de un curso para universitarios que he preparado, además de una formación online que me parece muy interesante para centro educativos
    • Activación y desarrollo de un canal de YouTube para ofrecer contenidos breves, de entre 5 y 10 minutos

    Todo ello contando con poder publicar a finales de julio el volumen 5 de Dinámicas Globales, dedicado a los Totalitarismos 3.0; la siguiente entrega, en forma de relatos de ciencia ficción (como en el caso del Libro de los Sesgos I), sobre la Agenda 2030, está prevista para antes de Navidad.

  • Seguridad

    RECOMENDACIONES CLAVE PARA FRENAR LA ESPIRAL DE VIOLENCIA

    Prevenir actos de venganza y vigilantismo exige una estrategia integral que combine seguridad, justicia y cohesión social. En primer lugar, el Estado debe demostrar eficacia rápida y transparente: investigar, juzgar y condenar a los responsables directos evita la sensación de impunidad que alimenta la justicia por mano propia.

    Segundo, hay que reducir la polarización. Discursos políticos que señalan chivos expiatorios generan terreno fértil para patrullas y linchamientos. Programas educativos que promuevan el pensamiento crítico y medios de comunicación responsables son barreras contra la desinformación y el odio.

    Por último, limitar la proliferación de armas es decisivo. Cuantos más fusiles circulen en manos civiles, mayor la probabilidad de que un impulso de ira se convierta en tragedia irreversible. Regulaciones estrictas, controles de antecedentes y esfuerzos de desarme voluntario trasladan la balanza de la fuerza desde el impulso individual hacia las instituciones legítimas.

  • Seguridad

    MILICIAS POPULARES EN NIGERIA: ENTRE LA AUTODEFENSA Y EL CAOS

    En el noreste de Nigeria, la juventud formó la Civilian Joint Task Force para enfrentarse a Boko Haram cuando el ejército parecía desbordado. Con conocimiento del terreno y apoyo tácito de autoridades locales, los vigilantes expulsaron a insurgentes de varios barrios y ganaron popularidad inmediata.

    El éxito inicial, sin embargo, trajo consecuencias imprevistas. La milicia pasó de detenciones ciudadanas a ejecuciones sumarias; la lealtad tribal infló las listas de “sospechosos” y las venganzas personales se mezclaron con la guerra contra el terrorismo. El conflicto se hizo más íntimo: vecinos contra vecinos, hermanos contra hermanos.

    Cuando el Estado terceariza la seguridad a actores armados sin supervisión, pierde el control del uso de la violencia y abre la puerta a futuras bandas criminales. Fortalecer instituciones judiciales, indemnizar a los vigilantes que dejen las armas y ofrecer vías de reintegración son pasos esenciales para desmontar estructuras que, de otra forma, perdurarán más allá de la amenaza que las originó.

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    CUANDO LA IRA ESTALLA: EL CASO CHRISTCHURCH Y LA ESCALADA DE VIOLENCIA REACTIVA

    El ataque contra dos mezquitas en Christchurch (2019) mostró cómo una sola persona puede transformar el deseo de venganza en carnicería global. El agresor se presentó como “justiciero” de víctimas occidentales de terrorismo islamista y, con ello, ató su crimen a un discurso de represalia transnacional. La masacre fue retransmitida en directo: un tutorial macabro para fanáticos de cualquier signo.

    Menos de veinticuatro horas después, foros yihadistas clamaban por “devolver el golpe”, confirmando la lógica del espejo: el extremismo se alimenta del extremismo opuesto. Cada acto promete protección a los “nuestros” pero ofrece munición emocional a los rivales.

    La lección es clara: cortar la cadena requiere aislar narrativas revanchistas y responder desde la legalidad. Limitar la difusión de manifiestos violentos, promover contramensajes sólidos y atender a las comunidades afectadas reduce la rentabilidad mediática y emocional de estos atentados.

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    PATRULLAS CIUDADANAS Y FRONTERAS CERRADAS: EL LADO OSCURO DE LA SEGURIDAD COMUNITARIA

    En varios países europeos, grupos ultranacionalistas se enfundan chalecos, levantan barricadas simbólicas y patrullan estaciones o pasos fronterizos para “defender la patria”. A diferencia de la policía, estos colectivos autodesignados carecen de formación, protocolos de uso de la fuerza y mecanismos de rendición de cuentas.

    Su simple presencia armada proyecta un mensaje de exclusión: señalan a personas migrantes o de determinada fe como potenciales enemigos, normalizando el acoso y rompiendo la confianza entre vecinos. El Estado, que debería monopolizar la coerción legítima, queda cuestionado cuando tolera o impulsa estos despliegues, pues su silencio se interpreta como respaldo tácito a ideologías extremistas.

    A largo plazo, las patrullas parapoliciales crean “zonas grises” donde la ley depende de simpatías locales. Sustituirlas requiere una policía cercana pero profesional, junto con políticas que atiendan la inseguridad real —falta de empleo, servicios y presencia institucional— que estos grupos suelen capitalizar.

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    HACKERS CONTRA EL TERROR: LUCES Y SOMBRAS DEL VIGILANTISMO DIGITAL

    En la era de las redes, el deseo de “hacer algo” encuentra un campo de batalla virtual. Colectivos de ciberactivistas han derribado miles de cuentas y foros yihadistas, dificultando la propaganda y la captación de seguidores. Estas operaciones pueden ser rápidas, creativas y, a primera vista, efectivas: cada perfil bloqueado evita que un vídeo extremista se viralice.

    La otra cara del hacktivismo es la ausencia de controles. Sin protocolos de verificación, los errores se cobran víctimas inocentes—basta una identidad mal atribuida para arruinar una vida. Además, las intromisiones torpes pueden alertar a los verdaderos terroristas y malograr investigaciones policiales en curso. ¿Quién asume entonces la responsabilidad por los daños colaterales?

    La colaboración ciudadana es valiosa, pero solo si se integra en estrategias oficiales que garanticen proporcionalidad y supervisión. Programas de “bug bounty” y canales seguros para compartir inteligencia son alternativas que permiten aprovechar la pericia técnica sin vulnerar derechos ni obstaculizar procesos judiciales.

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    SOLIDARIDAD MECÁNICA Y DUELO COLECTIVO: ENTENDIENDO NUESTRAS PRIMERAS REACCIONES

    El sociólogo Émile Durkheim hablaba de “solidaridad mecánica” para describir la unidad espontánea que surge cuando un grupo afronta un peligro común. Tras un atentado, esa cohesión se materializa en vigilias, consignas de apoyo y símbolos compartidos que convierten el dolor privado en un duelo social. Vernos reflejados en las víctimas —“pude haber sido yo”— genera un impulso poderoso: protegernos mutuamente.

    Esa misma energía, sin embargo, puede bifurcarse. Dirigida al cuidado, inspira donaciones de sangre, rescates solidarios y campañas contra el odio. Desencauzada, se transforma en la rabia que justifica linchamientos o estigmatiza a comunidades completas. El punto de inflexión está en cómo nombramos al enemigo: cuando el debate público simplifica la amenaza —“ellos contra nosotros”— sembramos las semillas de la retaliación colectiva.

    Fomentar una solidaridad saludable exige liderazgos que reconozcan el dolor sin convertirlo en arma política. Narrativas inclusivas, espacios de duelo plural y medios que eviten el sensacionalismo ayudan a mantener la empatía por encima de la hostilidad. Así, la unión que nace del trauma se convierte en resiliencia y no en pretexto para nuevos agravios.