A lo largo de la historia, muchos grupos religiosos surgidos en el seno de Iglesias “mayoritarias” han terminado por romper con su comunidad de origen para convertirse en lo que se denomina “secta”. Estas nuevas organizaciones a menudo exigen un mayor compromiso o presentan una doctrina distinta que atrae a fieles insatisfechos con la laxitud o la falta de definición de la institución principal. Sin embargo, a medida que ganan adeptos, estas “sectas” requieren más estructura, amplían su alcance y, con frecuencia, acaban siendo reconocidas como Iglesias.
Este proceso evolutivo no siempre se completa de la misma manera: algunos grupos se quedan a mitad de camino, otros pierden fuerza tras la ruptura y no llegan a consolidarse. Lo cierto es que, en el ámbito religioso, la dinámica de tensiones entre la ortodoxia existente y las corrientes más estrictas o renovadoras genera un ciclo continuo de surgimiento, crisis y reconfiguración. Así, la fe y las prácticas religiosas se mantienen vivas y evolucionan, dando lugar a una pluralidad de ofertas capaces de responder a las diversas necesidades espirituales de la sociedad.