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    SIMILITUDES ENTRE POLITICIDIO Y TERRORISMO

    Un punto central para entender el fenómeno del politicidio es la analogía entre ello y el terrorismo, ambos vistos como formas de violencia asimétrica. Pero, mientras que el politicidio es la violencia del grupo más fuerte contra el más débil, el terrorismo representa la violencia del grupo más débil contra el más fuerte. En ambos casos, los perpetradores justifican sus acciones apelando a una amenaza percibida que pone en riesgo la supervivencia de su grupo.

    La psicología del terrorismo comparte muchas similitudes con la del politicidio. Los terroristas también operan bajo un marco de amenazas materiales, de estatus, de seguridad y de contaminación. Por ejemplo, el terrorismo islamista a menudo se justifica como una respuesta a la “contaminación” cultural y política del mundo musulmán por parte de Occidente. De manera similar, el terrorismo de extrema derecha en Estados Unidos se alimenta de percepciones de amenaza demográfica y cultural.

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    FACTORES PREDICTIVOS DEL POLITICIDIO

    El politicidio no ocurre de manera espontánea; está precedido por una combinación de condiciones históricas, políticas y sociales que crean un entorno propicio para la violencia masiva.

    El politicidio suele surgir en el contexto de guerras civiles o conflictos internacionales, que refuerzan la narrativa de “ellos contra nosotros” y desensibilizan a la población ante la violencia. Lo que, en sus inicios, parece una inocua afirmación identitaria puede desembocar fácilmente en este tipo de conductas generalizadas.

    Evidentemente, el politicidio es más frecuente si existe un historial de violencia previa. Episodios anteriores de matanzas por categoría pueden actuar como precursoras de politicidios a gran escala, como se vio en Ruanda y Camboya. Además. la ayuda de potencias extranjeras puede facilitar el asesinato masivo, como en el caso del apoyo de Alemania a los jóvenes turcos durante el genocidio armenio.

    También me gustaría destacar la importancia de la propaganda y la desinformación en la preparación del terreno para el politicidio. Por ejemplo, en Ruanda, los medios de comunicación controlados por extremistas hutus desempeñaron un papel crucial al demonizar a los tutsis y movilizar a la población para participar en las matanzas.

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    LA PSICOLOGÍA DEL POLITICIDIO

    Si quisiéramos identificar un modelo de amenazas percibidas que pueden llevar al politicidio, podríamos identificar cuatro tipos principales de amenazas.

    En primer lugar podríamos hablar de una amenaza material, es decir, la percepción de que otro grupo está bloqueando el progreso económico. Por ejemplo, la expulsión de los cherokees en 1838 tras el descubrimiento de oro en sus tierras.

    Otro factor a tener en cuenta es lo que denominamos “amenaza de estatus”. En este caso nos referimos a la sensación de que otro grupo desafía una posición social superior, como se vio en la masacre de los herero por fuerzas coloniales alemanas en Namibia.

    En tercer lugar podemos identificar una amenaza de seguridad, relacionada con el miedo de que la existencia de otro grupo pone en peligro la supervivencia del propio, como en las matanzas entre serbios y croatas durante la disolución de Yugoslavia.

    En último lugar podemos hablar de una amenaza de contaminación. La creencia de que un grupo está contaminando la pureza étnica, religiosa o ideológica, es un concepto evidente, por ejemplo, en la ideología nazi contra los judíos.

    Estas amenazas se asocian a emociones intensas como el miedo, la ira y el asco, que legitiman y racionalizan el asesinato masivo. Por ejemplo, la deshumanización nazi de los judíos como “ratas” o “parásitos” justificó su exterminio como una necesidad biológica.

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    EL POLITICIDIO

    El texto de Clark McCauley, titulado «Killing Them to Save Us: Lessons from Politicide for Preventing and Countering Terrorism», presenta un análisis profundo sobre el fenomeno del politicidio y sus implicaciones para la comprensión y prevención del terrorismo. En este trabajo, McCauley explora las similitudes entre ambos fenómenos, subrayando que tanto el politicidio como el terrorismo representan formas de violencia asimétrica dirigidas contra civiles y motivadas por percepciones de amenaza. El análisis se centra en la psicología que subyace a estas prácticas, así como en las estrategias necesarias para prevenirlas.

    McCauley inicia extendiendo la definición de genocidio adoptada por las Naciones Unidas en 1948 para incluir formas de asesinato masivo de carácter político. Mientras que el genocidio se centra en la eliminación de grupos étnicos, raciales o religiosos, el politicidio engloba la destrucción de grupos definidos por su oposición política o posición jerárquica. Este concepto es especialmente útil para analizar casos como el exterminio de los kulaks por Stalin, las purgas del Khmer Rouge en Camboya o la eliminación de moderados hutus por extremistas hutus en Ruanda.

    El politicidio se caracteriza por el asesinato por categoría: las víctimas no son seleccionadas por sus acciones individuales, sino por su pertenencia a un grupo determinado. Este «asesinato categórico» refleja una deshumanización profunda, donde las personas son vistas como parte de una amenaza colectiva que debe ser eliminada. Para entender este fenómeno, McCauley enfatiza la necesidad de estudiar tanto a los perpetradores como a las víctimas, así como las percepciones de amenaza que justifican estas acciones.

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    DEMOCRACIA: ENTRE EL IDEAL Y LA REALIDAD

    La democracia es, sin duda, un régimen político imperfecto, aunque sigue siendo, como se suele decir, el menos imperfecto de todos. Sin embargo, más allá de sus instituciones y mecanismos de decisión, se encuentra el “espíritu democrático”, un concepto que Alexis de Tocqueville identificó con claridad. Este “democratismo” o tendencia a absolutizar la voluntad de la mayoría puede traer consigo una peligrosa confusión entre verdad y poder. Cuando cada decisión política se convierte en ley bajo el amparo de la mayoría, existe el riesgo de que se interprete como “verdad” aquello que simplemente atrae el apoyo mayoritario, independientemente de su valor ético o racional. Esta tentación puede desvirtuar la esencia misma de la democracia, convirtiéndola en un régimen en el que la verdad es maleable según los intereses de la mayoría circunstancial.

    Históricamente, hemos pasado de sistemas donde una minoría privilegiada determinaba la verdad y la dirección política a una democracia que, idealmente, busca el bien común a través de la participación de todos. Sin embargo, en lugar de una democracia sólida, hoy enfrentamos el fenómeno de la “oclocracia”, donde el poder lo ejerce una élite mediática que controla la opinión pública. Esta nueva oligarquía, a menudo desinteresada en el bienestar del “dēmos” (el pueblo, verdadero sujeto de la democracia), contribuye a la erosión de los valores democráticos. La democracia, por tanto, no puede quedar solo en un sistema de votos; debe evolucionar hacia una cultura política que valore la verdad, el bien común y la participación consciente de sus ciudadanos, alejándose de las influencias que solo buscan el control y la manipulación.

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    EL BIEN COMÚN: MÁS QUE UNA SUMA DE INTERESES PARTICULARES

    El bien común no es simplemente la suma de los intereses individuales, sino el fundamento de una sociedad justa y equitativa. Alcanzarlo requiere renuncias y compromisos por parte de todos, superando los particularismos que dividen y generan desigualdad. Pero, ¿cómo construir esta visión cuando las acciones políticas parecen estar dictadas por grupos de presión y lógicas egoístas? En un mundo que privilegia el éxito político por encima de los principios, necesitamos replantear nuestra concepción del bien común como patrimonio de todos, una meta donde la entrega y el amor se conviertan en el verdadero «pegamento» de nuestras comunidades.

    En este contexto, es vital revalorizar la idea de comunidad como patrimonio compartido. El bien común no debe ser visto como un ideal abstracto, sino como un objetivo práctico que inspira las decisiones políticas y sociales. Este principio nos invita a priorizar la justicia, la solidaridad y el amor sobre el egoísmo. Solo recuperando este horizonte, podemos construir un verdadero espacio de convivencia donde las acciones políticas no solo persigan el éxito, sino también la dignidad y el respeto hacia cada ser humano.

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    LA NECESIDAD DE NUEVAS REGLAS DE CONVIVENCIA

    Vivimos en una época de incertidumbre donde las estructuras políticas y sociales parecen fracturarse bajo la presión de la modernidad. El problema no radica solo en las instituciones, sino también en la falta de unas reglas de convivencia actuales que conecten los ciudadanos con su entorno y con los demás. No es una novedad que la historia haya sido un ciclo de rupturas y renovaciones, pero hoy, más que nunca, necesitamos un nuevo acuerdo que reconozca las desigualdades, las preocupaciones globales y las urgencias locales.

    Estas reglas no pueden surgir sin un análisis profundo de nuestra realidad. Es un error pensar que el futuro será igual al pasado. Los desafíos a los que nos enfrentamos, como el cambio climático, las migraciones masivas y las desigualdades económicas, requieren una respuesta colectiva basada en hechos y en la disposición de construir una base común. ¿Estamos dispuestos a repensar nuestras prioridades como sociedad?

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    EL IMPERIO CAROLINGIO Y LA RENOVACIÓN CULTURAL

    El Imperio Carolingio, bajo el liderazgo de Carlomagno, marcó el comienzo de un renacimiento cultural y político en Europa. A pesar de la imagen que muchas veces se tiene de la Edad Media como una era oscura, fue en realidad un periodo de gran avance en el campo de las artes y el conocimiento. El Renacimiento Carolingio se centró en revivir las artes liberales y en la preservación del saber antiguo.

    Este impulso hacia el conocimiento no solo revitalizó la vida intelectual de la época, sino que también estableció los cimientos para el desarrollo futuro de Europa. Las escuelas, las bibliotecas y la promoción del latín como lengua administrativa ayudaron a unificar y consolidar el imperio, preparando el terreno para lo que más tarde sería la Unión Europea. Este periodo nos enseña que, incluso en tiempos difíciles, el compromiso con el conocimiento y la cultura puede ser un motor poderoso para el progreso.

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    EL CRISTIANISMO Y SU INFLUENCIA EN LA SOCIEDAD OCCIDENTAL

    La llegada del cristianismo no solo transformó las creencias personales de millones de personas, sino que también dejó una huella indeleble en la estructura social y política de Occidente. Aunque las enseñanzas de Cristo no buscaban modificar el orden político, su mensaje de amor y concordia impactó en el corazón de las personas, lo que eventualmente se tradujo en un cambio profundo en la ética y las relaciones sociales.

    Durante la Edad Media, el cristianismo se consolidó como una fuerza política y moral, influenciando el desarrollo del Estado y del derecho. Pensadores como San Agustín y Santo Tomás de Aquino reconciliaron las enseñanzas cristianas con la filosofía clásica, creando un nuevo paradigma sobre la justicia, el poder y la moral. En este contexto, surgió la idea de que los gobernantes debían actuar conforme a principios morales superiores, una noción que sigue vigente en muchos sistemas políticos modernos.

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    LA CONCORDIA: EL CORAZÓN DE UNA SOCIEDAD UNIDA

    A lo largo de la historia, el concepto de “Concordia” ha sido clave para la cohesión social. Derivada del latín cum cordiae (unión de corazones), la concordia es el principio que permite que las personas puedan convivir en armonía, pese a sus diferencias individuales. Este ideal fue especialmente relevante en la transición entre el colapso de la ciudad-estado griega y el auge del Imperio Romano, donde surgió la necesidad de conciliar los valores individuales con los colectivos.

    El cristianismo desempeñó un papel fundamental en esta transformación. Al colocar el bienestar común y el amor fraternal en el centro de su mensaje, ofreció una base ética que modificó las estructuras sociales de la época. Hoy, en un mundo cada vez más polarizado, la concordia sigue siendo un objetivo fundamental para construir sociedades más justas y solidarias.

    Por cierto, si la cita en latín ha despertado tu curiosidad, te informo que he puesto en marcha un nuevo blog para hablar precisamente de eso: se llama Ad Fontes Latini, espero que te guste.