En nuestro mundo secularizado, la fe y la razón parecen estar cada vez más separadas. Benedicto XVI advertía que esta ruptura lleva a dos peligros: por un lado, una fe que se desconecta de la razón puede transformarse en fanatismo, y por otro, una razón que niega cualquier dimensión espiritual cae en el relativismo o en el nihilismo. La falta de un horizonte trascendente, propio de una razón cerrada a la fe, reduce la vida humana a lo meramente material.
El Papa subraya que esta «autolimitación de la razón», donde solo se acepta lo que es científicamente demostrable, empobrece nuestra comprensión de la existencia. La razón, sin la fe, pierde de vista las preguntas fundamentales sobre el sentido de la vida, el bien y el mal, y la dignidad humana. Por eso, es crucial restaurar el equilibrio entre fe y razón, para que juntas puedan ofrecer una visión más plena de la realidad.