Jean de Saint-Cheron, en su libro Chi crede non è un borghese, describe al “burgués” como alguien que busca una vida cómoda y ordenada, en la que Dios se convierte en una figura secundaria, apenas un apoyo a su estabilidad mundana. Para el burgués, la religión puede funcionar como una garantía de paz social más que como una relación viva y profunda con el misterio divino. Esta figura, dice Saint-Cheron, no es nueva; ha acompañado a la humanidad desde siempre, incluso dentro de la Iglesia. Con el tiempo, la figura del “cristiano burgués” ha moldeado a la Iglesia en busca de una estructura adaptada a la comodidad humana, donde Dios, en lugar de ser el centro, se convierte en un accesorio que refuerza la seguridad personal y el orden establecido.
Saint-Cheron nos invita a cuestionar si nuestra propia vida de fe no ha caído en este molde “burgués”, donde buscamos simplemente el bienestar y el orden en lugar de una apertura sincera a Dios. La verdadera experiencia cristiana, según él, no puede limitarse a un refugio emocional o social, sino que exige una apertura valiente hacia el misterio divino, incluso cuando implica incertidumbre y sacrificio. Este tipo de reflexión, que al mismo tiempo es un desafío, nos hace repensar el modo en que vivimos nuestra relación con Dios y con el mundo: ¿estamos buscando realmente la trascendencia o solo una vida ordenada y libre de riesgos?