Para Saint-Cheron, la santidad no es una simple acumulación de “buenas obras” ni una conducta correcta; es una forma de vida que desborda el conformismo y la comodidad. Enfrentarse a la hipocresía y el conformismo del cristiano burgués implica no condenar ni juzgar, sino comprender el profundo deseo humano de ser y hacer el bien, aunque esté confundido. Inspirado en René Girard, Saint-Cheron recuerda que Cristo se ofreció como el “chivo expiatorio” para liberar a la humanidad de esta dinámica, permitiendo que el cristiano viva en misericordia y perdón. La verdadera santidad, por tanto, se construye en una entrega completa a Dios y en un amor hacia el prójimo que no busca ser cómodo ni complaciente.
Este camino exige humildad y autoconocimiento; es una vida que no se conforma con el mínimo, sino que aspira a la comunión con Dios, aún en medio de las dificultades y contradicciones de lo humano. El santo no es alguien que evade el dolor ni que evita los conflictos, sino alguien que sabe enfrentarlos con una mirada renovada y transformadora. En un mundo donde el éxito y la comodidad son prioridades, la santidad es una llamada radical a amar sin medida, a construir relaciones auténticas y a vivir en una libertad interior que solo se encuentra al abrazar la cruz de Cristo.