Uno de los rasgos más inquietantes del totalitarismo es su capacidad para fomentar el conformismo entre los ciudadanos. En lugar de recurrir a la represión violenta, estos regímenes buscan que las personas se adapten de forma voluntaria al sistema, incluso si internamente rechazan sus principios. La clave de este proceso está en la creación de una realidad paralela donde la narrativa oficial se convierte en la única verdad aceptada.
El conformismo no solo opera a nivel político, sino que penetra en todos los aspectos de la vida social. Las personas, incluso sabiendo que la verdad oficial es una mentira, actúan como si creyeran en ella para evitar problemas. Este proceso no solo neutraliza la disidencia, sino que también convierte a los individuos en cómplices del sistema, reforzando su control sin necesidad de coerción violenta. El totalitarismo se fortalece a través de la sumisión pasiva, donde cada ciudadano se convierte en parte del engranaje que perpetúa el régimen.