Las llamadas “teorías irracionalistas” han predominado largo tiempo en el estudio de la religión, atribuyendo el auge o declive de la fe a factores como la ignorancia, el miedo o las crisis económicas. Sin embargo, la teoría de la economía religiosa —impulsada por autores como Stark e Iannaccone— propone una explicación distinta: la fe, al igual que otros ámbitos de la vida humana, se rige por decisiones racionales, donde los creyentes valoran costes y beneficios, y las “firmas religiosas” compiten y se especializan.
Esta perspectiva no intenta reducir la religión a un simple producto de mercado, sino resaltar la complejidad de cómo las personas deciden afiliarse a un credo o mantenerse en él. Permite asimismo comprender por qué ciertas religiones históricas se revitalizan frente a nuevos movimientos o por qué, en determinados contextos, florecen organizaciones radicales. Su enfoque científico (reproducible y refutable) rompe con la idea de que haya una “edad dorada” de la fe y, en su lugar, explora cómo la competencia y la oferta religiosa inciden en la práctica y la experiencia espiritual.