• Sociedad

    NUEVOS MOVIMIENTOS RELIGIOSOS Y LAICIDAD: ¿DESAFÍO O RIQUEZA PARA LA SOCIEDAD? (6 de 7)

    La cuestión de los Nuevos Movimientos Religiosos (NMR), a menudo denominados “sectas”, cobra una relevancia especial. Estos grupos, caracterizados por su novedad doctrinal o su aparición relativamente reciente, suelen generar recelo social y preocupación acerca de sus prácticas o su potencial influencia. Sin embargo, desde la perspectiva de la laicidad como principio de neutralidad y no de exclusión, no debe negarse a estos movimientos su derecho a existir ni a manifestarse públicamente, siempre y cuando no vulneren los derechos fundamentales.

    El reto principal radica en distinguir entre aquellas agrupaciones que ejercen coerción o manipulación psicológica -y por ende amenazan la dignidad de sus miembros- y aquellas que, dentro del marco legal, simplemente ofrecen una experiencia religiosa distinta de las ya asentadas. En el marco de la laicidad cooperativa, el Estado está llamado a vigilar que toda práctica religiosa respete los valores constitucionales, pero no puede prohibir la formación de comunidades espirituales por el mero hecho de ser minoritarias o poco convencionales.

    Vista así, la presencia de NMR puede suponer un estímulo para el pluralismo religioso, propiciando debates sobre la naturaleza y los límites de la libertad de conciencia. Para que este pluralismo se convierta en auténtica riqueza social, las autoridades deben contar con criterios jurídicos claros que protejan a las personas más vulnerables de posibles abusos, a la vez que respetan el derecho legítimo de cada movimiento a expresar su cosmovisión y a convivir en la esfera pública.

    No olvidemos que el tema de la “manipulación psicológica” es muy difuminado, y que la mejor manera de protegerse frente a la manipulación es desarrollar e implementar nuestro pensamiento crítico.

  • Sociedad

    MODELOS DE LAICIDAD: DEL SEPARATISMO A LA COOPERACIÓN (2 de 7)

    A lo largo de la historia han surgido numerosos modelos de laicidad. En algunos países, como Francia, se ha optado por una laicidad de estricta separación entre las religiones y la vida institucional, regulada desde la célebre Ley de 1905. Este enfoque tiende a limitar la presencia de símbolos religiosos en el espacio público, buscando preservar una neutralidad estatal muy marcada.

    En otras naciones, sin embargo, la laicidad adopta una forma más cooperativa. Es el caso de modelos como el español o el alemán, donde se reconoce la aportación social que pueden hacer las comunidades de fe. En estas sociedades se firman acuerdos o convenios con las confesiones, a fin de regular temas como la asistencia religiosa en centros penitenciarios u hospitales, la enseñanza religiosa opcional en la escuela pública o la financiación de actividades de interés general.

    Por lo tanto, en muchos casos reales la laicidad cooperativa no vulnera la neutralidad, siempre que no se otorguen privilegios exclusivos a una sola confesión. Al contrario, permite articular una relación institucional en la que el Estado y las comunidades religiosas colaboran al servicio del bien común, sin que ello implique imposiciones de tipo confesional, aunque evidentemente en algunos casos la “demanda religiosa” sea numéricamente más grande.

  • Libertad,  Religión

    LAICIDAD Y LIBERTAD RELIGIOSA: UN VÍNCULO ESENCIAL (1 de 7)

    La laicidad no es sinónimo de hostilidad hacia lo religioso, sino un principio que promueve la neutralidad del Estado y el reconocimiento de la pluralidad. A partir de la separación entre la esfera civil y las confesiones, el objetivo no es suprimir la religión del ámbito público, sino garantizar que ninguna fe se imponga como oficial y que, al mismo tiempo, todas gocen de iguales derechos.

    En ese sentido, la libertad religiosa es un derecho humano fundamental que no solo protege la dimensión interna de la conciencia -la posibilidad de creer o no-, sino también la dimensión externa, esto es, la práctica y manifestación pública de la fe. Este derecho se convierte en piedra angular de cualquier democracia que se precie de defender la dignidad y la igualdad de sus ciudadanos.

    Gracias a este vínculo entre laicidad y libertad religiosa, se fomenta un clima de tolerancia que hace posible la convivencia de distintos grupos culturales y espirituales. Cuando el Estado se mantiene neutral y respeta las diferentes confesiones, contribuye a la consolidación de una sociedad cohesionada, abierta y sensible a la diversidad, en la que ninguna creencia se ve marginada ni privilegiada.