Los hechos de este julio de 2025 en Torre-Pacheco (Murcia) me llevan a una reflexión que, hasta donde alcanzo a ver, no ha ocupado espacio en la prensa. La ofrezco aquí, con mi propio enfoque: para eso está este blog.
La agresión sufrida por una persona mayor a manos de varios jóvenes magrebíes ha sido la chispa que ha hecho saltar la válvula de una olla a presión sobrecalentada durante demasiado tiempo. Se repite que la ultraderecha capitaliza el incidente para amplificar su agenda xenófoba y, a la vez, se sostiene que todo es fruto de una política excesivamente laxa frente a la inmigración irregular. Ambos diagnósticos, a mi juicio, yerra(n) el centro del problema.
El punto que me interesa subrayar es otro: el auge paulatino —y alarmante— del vigilantismo, un fenómeno que bebe de la polarización extrema que estructura hoy la vida pública.
Antes del parón veraniego desarrollaré este asunto en varias entradas; esta sirve tan solo de umbral para señalar algunos elementos generales pero esenciales.
Conviene despejar cualquier duda: el vigilantismo no representa una solución; es el síntoma (y derivación) de un malestar social generalizado en el que la ciudadanía percibe desprotección ante cuestiones de seguridad y decide arrogarse competencias que corresponden al Estado, cuya función indeclinable es garantizar la protección de sus miembros.
Así, la polarización que ciertos actores políticos alimentan —en nombre de alertar sobre los “peligros de la extrema derecha”— añade combustible a la sensación de impotencia frente a una “mano blanda” legislativa que deja atrás a quienes cumplen las normas. Paralelamente, los actores más populistas encuentran un terreno cada vez más fértil. El pensamiento crítico debería funcionar como antídoto frente a la captura por cualquiera de los extremos.
La raíz permanece: un déficit normativo capaz de responder con eficacia a los desafíos del mundo contemporáneo. Dicho llanamente: legislar bien y a tiempo es la obligación profesional de quienes ocupan el Parlamento, y de ello depende una convivencia más serena. Lo obvio, sin embargo, se erosiona a diario mientras representantes bien remunerados desatienden esa responsabilidad; el problema alcanza los cimientos, como desarrollo en Dinámicas Globales, vol. 2. En los próximos días expondré con mayor detalle los riesgos del vigilantismo. La clave para neutralizarlo sigue en manos de los responsables políticos: si las leyes ofrecen respuestas eficaces a problemas percibidos como legítimos, nadie sentirá la tentación de ocupar las calles a modo de milicia improvisada.