Desde su primer mandato, Donald Trump ha mostrado un particular interés en Groenlandia, pero ahora, con su regreso a la Casa Blanca, este interés ha adquirido un carácter más urgente. En un mundo donde las tensiones geopolíticas están en aumento, la isla ártica se perfila como un activo estratégico tanto en términos militares como económicos. Estados Unidos ya tiene presencia en la isla con la base de Pituffik, pero Trump parece estar dispuesto a ir más allá, asegurando un mayor control sobre este territorio clave.
La importancia de Groenlandia para Washington radica en tres elementos principales: su ubicación geoestratégica, sus recursos naturales y su papel en la competencia global con China. Con la creciente militarización del Ártico y la relevancia de la vigilancia de misiles balísticos intercontinentales, la isla representa un punto clave en la seguridad nacional estadounidense. Además, el deshielo progresivo facilita la explotación de tierras raras, fundamentales para la tecnología y la defensa.
El gobierno de Trump parece considerar insuficiente la alianza con Dinamarca y busca alternativas para asegurar su influencia. Una opción sería respaldar las aspiraciones soberanistas de Groenlandia a cambio de concesiones estratégicas y económicas. Sin embargo, también ha insinuado que no descartaría métodos más agresivos, lo que ha generado preocupación en la comunidad internacional.
El cambio climático, que ha acelerado la accesibilidad a los recursos groenlandeses, también juega un papel crucial en esta ecuación. La apertura de nuevas rutas marítimas y el abaratamiento de la extracción de minerales hacen que el territorio se vuelva aún más atractivo para Washington. En este contexto, Groenlandia no solo es un punto de disputa entre Estados Unidos y Dinamarca, sino también un nuevo frente en la rivalidad con China.
El segundo mandato de Trump apunta a ser un periodo de confrontaciones aceleradas en múltiples frentes, y Groenlandia es solo una pieza de un tablero geopolítico mucho más amplio. Con un enfoque de poder sin concesiones, el expresidente busca consolidar la hegemonía estadounidense, desafiando tanto a sus aliados tradicionales como a sus competidores globales.