En Italia, a principios del siglo XX, se buscaba con afán una estabilidad política que la “Unidad de Italia” no había sabido proporcionar. El presidente era entonces Giovanni Giolitti, un liberal famoso por sus malabarismos a la hora de formar mayorías. Fue una época oscura para el país que me vio nacer, escasa en políticas a favor del pueblo, y que desembocó primero en la Primera Guerra Mundial, luego en el auge del fascismo y, finalmente, en el horror de la Segunda Guerra Mundial, culminando un medio siglo para olvidar.
El término “transformismo político” se refiere a una estrategia pragmática mediante la cual Giolitti buscaba mantener la estabilidad parlamentaria mediante la integración de grupos políticos diversos en coaliciones flexibles. En lugar de fomentar divisiones ideológicas rígidas, Giolitti apelaba a acuerdos transversales, negociaciones y concesiones a distintos sectores, a veces incluso con objetivos contrapuestos, con el fin de gobernar eficazmente. Esta táctica permitía cooptar a la oposición y garantizar mayorías parlamentarias, pero también generaba críticas, ya que podía desembocar —y de hecho ocurría— en un sistema clientelista donde primaban los intereses particulares sobre los principios políticos.
Sin duda, Giolitti logró implementar reformas económicas y sociales, como la legislación laboral y el apoyo al desarrollo industrial, atrayendo a sectores de la izquierda moderada y desactivando conflictos sociales mediante concesiones puntuales. Consiguió alcanzar estabilidad a corto plazo, pero debilitando el desarrollo de una cultura política basada en principios ideológicos sólidos y permitiendo así el auge del populismo fascista.
Si vives en la España en el año 2024, supongo que todo esto te resonará.