Asistimos, día tras día, a un fenómeno al que nos estamos acostumbrando de manera preocupante. Me refiero a la debilidad de los gobiernos nacionales para gobernar y llevar a cabo políticas que no sean cortoplacistas, algo que se está configurando como una constante en las sociedades de buena parte de la vieja Europa.
Incluso un análisis superficial puede revelar que difícilmente puede ser fruto de la casualidad. Los pensadores críticos, si bien rechazamos cualquier teoría de la conspiración, no estamos dispuestos a dejar que nos tomen por ingenuos.
Lo hemos visto en España, por supuesto, pero también en Francia, Alemania y en todas las naciones que han celebrado elecciones generales durante este 2024. Un panorama parlamentario tan fragmentado e incierto no permite a los estados tomar decisiones de calado: los gobernantes están constantemente haciendo malabarismos para mantenerse en el poder.
¿A quién benefician estas democracias débiles?
Puede que a las grandes potencias, puede que a ciertas personas en concreto, pero ciertamente no benefician a los ciudadanos. Empecemos a reflexionar sobre este tema, porque pienso que merece más entradas en este blog.