La libertad religiosa no solo abarca el derecho a profesar una fe, sino también el derecho a no tener ninguna creencia religiosa. Este derecho es igualmente sagrado, ya que cada individuo debe tener la libertad de decidir su relación con lo trascendente o la falta de ella. En una sociedad donde se respeta este derecho, la convivencia se basa en el respeto y en la aceptación de la diversidad de opiniones.
Los intentos de imponer una religión o, en el caso opuesto, de erradicar cualquier expresión religiosa, han demostrado ser ineficaces y contraproducentes. La historia está llena de ejemplos de cómo las políticas represivas hacia la religión solo logran fortalecer el sentimiento de fe entre los creyentes. Por lo tanto, un enfoque que respete tanto la libertad de creer como la de no creer es fundamental para construir una sociedad equilibrada y justa.