En su discurso en Ratisbona, Benedicto XVI rompió con el pacto tácito que había surgido tras los atentados de las torres gemelas entre Occidente y el islam. Este acuerdo permitía condenar el terrorismo y criticar el fundamentalismo, pero siempre desde la perspectiva del orden público, de la seguridad, evitando adentrarse en las raíces teológicas del problema. El Papa, sin embargo, señaló algo incómodo: el vínculo entre ciertas interpretaciones del islam y la violencia no es un malentendido moderno, sino que está presente en algunos textos coránicos y en las enseñanzas de una etapa específica del magisterio de Mahoma. Con ello, abrió un debate que hasta entonces había sido tabú, apostando por un diálogo que no ocultara la verdad.
Benedicto XVI no despreció la posibilidad de que un islam moderado florezca, ni cerró las puertas al diálogo con quienes representan esta visión. Sin embargo, al abordar la cuestión desde la teología y no desde la política, rompió con la ficción sostenida incluso por líderes occidentales como Bush y Blair, quienes proclamaban que el islam es, inherentemente, una religión de paz. Este planteamiento incómodo fue un acto de valentía que puso en evidencia la insuficiencia del enfoque político, sugiriendo que el fracaso de policía y orden público exige una reflexión más profunda sobre la teología y sus implicaciones históricas.