Es un hecho poco conocido –y menos aún comentado en medios de comunicación-: muchas instituciones internacionales están siendo capturadas por intereses privados. Grandes fundaciones como Open Society o la Fundación Gates financian expertos de la ONU y otros organismos supuestamente imparciales. El resultado es una distorsión ideológica del discurso de los derechos humanos.
Cuando quienes definen lo que es un derecho no responden ante los ciudadanos, sino ante sus financiadores, se produce una peligrosa privatización del poder político. Y no se trata solo de financiación: es una colonización ideológica, en la que los valores globalistas se imponen como verdades universales.
Este fenómeno exige una nueva vigilancia cívica. Si no se detiene, los derechos humanos dejarán de ser una conquista de los pueblos para convertirse en una herramienta del poder globalizado.