• Economía

    PRIVACIDAD POR DEFECTO: LA PRIMERA FRONTERA DE LA DIGNIDAD DIGITAL

    En la economía digital que se perfila con el euro digital y la identidad digital europea, la privacidad debe ser la primera línea de defensa de la libertad humana. No se trata solo de ocultar datos, sino de reconocer que cada persona tiene derecho a decidir qué comparte, con quién y para qué. La privacidad no es un lujo, ni una manía conspirativa: es un reflejo de la dignidad del ser humano, que no puede ser tratado como un objeto de vigilancia continua.

    Diseñar sistemas donde cada transacción económica, movimiento sanitario o registro educativo quede automáticamente grabado en un servidor —posiblemente bajo control estatal o corporativo— es crear un entorno en el que la sospecha sustituye a la confianza. En nombre de la seguridad, podríamos estar allanando el camino hacia un sistema donde todo se sabe… excepto quién vigila a los vigilantes. Por eso, el principio de privacidad por defecto exige que cualquier sistema digital esté construido con garantías técnicas y legales que prioricen la protección del usuario. El anonimato en ciertas operaciones, el cifrado real de los datos, la posibilidad de actuar sin ser constantemente perfilado: todo esto no debería ser una opción, sino una norma. Solo así la tecnología podrá servir a la persona sin someterla.

  • Globalización,  Sociedad

    CUANDO LA GLOBALIZACIÓN FABRICA GANADORES Y PERDEDORES

    Svetelj subraya la paradoja de la economía global: bajo el argumento “racional” de la eficiencia y la competitividad, el sistema produce una irracionalidad profunda—un mundo de ganadores que solo existen porque hay perdedores estructurales.

    El consumo se erige en medida universal del bienestar, pero esa utopía es inalcanzable para la mayoría. Al imponer un ideal materialista, la globalización destruye tejidos culturales, agrava la desigualdad y provoca reacciones “irracionales” ­—migraciones masivas, violencias desesperadas— que el propio sistema tacha de amenazas sin reconocer su responsabilidad en el origen del problema.

    Frente a este círculo vicioso, la filosofía de la interculturalidad reivindica un imperativo de salvar la vida: la de los pobres y la de la naturaleza. Sostiene que solo la justicia social y la igualdad de condiciones pueden garantizar un intercambio cultural verdaderamente libre, capaz de transformar estilos de vida, organización comunitaria y educación.

    Al exponer la “irracionalidad de lo racional”, Svetelj nos recuerda que toda lógica económica sin horizonte ético termina socavando su propia viabilidad política—y, lo que es peor, nuestra humanidad compartida.

  • Totalitarismo

    TOTALITARISMO 3.0: EL PODER OCULTO TRAS LA ECONOMÍA

    En el siglo XXI, el totalitarismo ha adquirido una nueva dimensión. Aunque ya no se basa únicamente en la represión política o el control ideológico, el Totalitarismo 3.0 emerge como un sistema en el que el control económico y tecnológico desempeña un papel fundamental. Este nuevo tipo de totalitarismo, que algunos llaman «econototalitarismo», se caracteriza por el control de los recursos económicos y la manipulación de los mercados, que permiten a las élites políticas y económicas consolidar su poder.

    A diferencia de los regímenes totalitarios clásicos, el econototalitarismo es mucho más difícil de detectar porque se disfraza bajo el manto de la democracia. Las grandes corporaciones y los avances tecnológicos, especialmente en el ámbito de la comunicación, se utilizan para manipular la opinión pública y silenciar cualquier forma de disidencia. En este contexto, la libertad económica se convierte en una ilusión, mientras que los ciudadanos son controlados a través de incentivos económicos y una vigilancia cada vez más intrusiva.

  • Globalización,  Totalitarismo

    GLOBALIZACIÓN Y DEPENDENCIA: LA FRAGILIDAD DE OCCIDENTE

    La globalización ha llevado a Occidente a una dependencia crítica de productos manufacturados en Asia, especialmente en sectores clave como el de la tecnología y la alimentación. Las empresas asiáticas, con el respaldo de potencias como China, han asegurado sus fuentes de materias primas mediante la adquisición de recursos en África, logrando precios competitivos a costa de prácticas que ignoran consideraciones medioambientales y de derechos laborales. Esta realidad resalta el rol cambiante de los Estados, que ahora parecen priorizar intereses económicos de grandes corporaciones por encima del bien común.

    Esta «econotiranía» sitúa al mercado como el principal motor de la política global, lo que amenaza con socavar los principios democráticos y éticos en los que se basa la sociedad occidental. La pregunta que surge es si es posible equilibrar esta dependencia global con un compromiso real por la justicia social y ambiental, o si, al final, el alto costo de vida y consumo occidentales requerirán un cambio de modelo para ser sostenibles.