De la Iglesia forman parte no sólo los hombres de un determinado lugar, sino los creyentes del mundo entero; por eso, es preciso salvaguardar ininterrumpidamente la fe de todos de los desarrollos particulares de la misma en los diferentes obispados.
Por esta misma razón el obispo tiene la responsabilidad de trasponer la fe universal a las situaciones locales sin por ello desvirtuarla. El mensaje de un obispo que vaya en sentido contrario a la fe para que el mensaje se pueda adaptar a las circunstancias locales no es correcto y puede crear desconcierto en toda la Iglesia. El Cardenal Ratzinger lo expresó con palabras duras cuando dijo: “el cuerpo sin cabeza no es cuerpo, sino cadáver”.