Grégor Puppinck describe con agudeza el contraste entre Jacques Maritain y Julian Huxley, dos figuras clave en la redacción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Mientras Maritain partía de una visión personalista y cristiana del ser humano, creado con dignidad intrínseca, Huxley defendía una visión materialista, evolucionista y centrada en la voluntad como motor del progreso.
Según Puppinck, esta diferencia no es anecdótica: determina toda la arquitectura de los derechos humanos modernos. En la visión de Maritain, la dignidad del ser humano no se gana ni se pierde: está inscrita en su misma naturaleza. Para Huxley, en cambio, la dignidad es el resultado de un proceso de evolución, ligada a la inteligencia y la fuerza de voluntad.
Este antagonismo filosófico explica muchas tensiones actuales: entre el derecho natural y el subjetivismo jurídico, entre el bien común y la autonomía radical, entre la dignidad recibida y la autoafirmación. Recuperar la visión de Maritain no es nostalgia: es un acto de resistencia frente a la disolución del hombre.