Aplicar la lógica económica a lo religioso implica contemplar la oferta y la demanda espiritual. En este enfoque, las comunidades de fe ofrecen “productos” —compensadores de carácter trascendente—, y las personas los “consumen” según su utilidad percibida y el coste que deben asumir. El pluralismo aparece cuando ninguna confesión monopoliza el espacio religioso, permitiendo que diferentes propuestas puedan llegar a segmentos específicos.
Además de la demanda, la teoría de la economía religiosa subraya la relevancia de la oferta: el éxito de una religión depende de su capacidad de ajustarse a las preferencias de los creyentes sin perder su esencia. Así, grupos estrictos y grupos más permisivos encuentran sus respectivos nichos de fieles. De este modo, la competencia impulsa la creatividad y el compromiso de las comunidades religiosas, a menudo elevando la participación y el fervor de sus adeptos.