La metacognición no es solo para estudiantes. El profesorado también se beneficia al reflexionar sobre su práctica: cuestionar supuestos, evaluar la eficacia de cada sesión, identificar qué motiva o frena el aprendizaje y planear mejoras. Dos docentes con idéntica experiencia pueden obtener resultados muy distintos según su capacidad para “pensar sobre cómo enseñan”.
Ser metacognitivo como docente implica preguntarse qué evidencias confirman nuestras decisiones, cómo evoluciona nuestra comprensión de la materia y de la didáctica, y qué ajustes conviene aplicar. Este enfoque convierte cada curso en un laboratorio de mejora continua, alimentando la creatividad pedagógica.
Cuando los docentes comparten con su alumnado estas reflexiones, generan un doble impacto: mejoran su propia enseñanza y transmiten un modelo de pensamiento crítico que los estudiantes pueden imitar en su propio aprendizaje.