Incorporar la metacognición en la enseñanza no requiere grandes cambios de programa, sino introducir preguntas y dinámicas que despierten la reflexión. Por ejemplo, los pre-assessments (pequeñas evaluaciones iniciales) ayudan a que cada estudiante reconozca lo que ya sabe y planifique su aprendizaje. Otras técnicas como el Muddiest Point invitan a identificar las partes más confusas de una clase, transformando la duda en motor de estudio.
Igualmente valiosas son las retrospective postassessments, donde se pide comparar la idea inicial sobre un tema con la comprensión alcanzada, y los diarios de reflexión, que permiten evaluar qué funcionó en la preparación de un examen y qué cambiar para la próxima vez. Estas herramientas crean un ciclo de planificación, seguimiento y ajuste que entrena la mente para aprender con conciencia.
El secreto está en normalizar estas prácticas como parte de la cultura del curso, no como un añadido ocasional. Cuanto más natural resulte para el alumnado identificar lo que no entiende, más sólida será su capacidad de pensar de forma crítica y autónoma.