• Libertad

    INCLUSIÓN Y NO DISCRIMINACIÓN TECNOLÓGICA

    En cualquier transición tecnológica, la primera víctima suele ser el más débil. El paso hacia una economía basada exclusivamente en el euro digital corre el riesgo de excluir a millones de personas que no tienen acceso, habilidades o confianza en el entorno digital. Personas mayores, familias sin conectividad, migrantes, personas con discapacidad o quienes viven en zonas rurales podrían verse marginados no por mala voluntad, sino por diseño.

    Un sistema económico justo no puede permitirse crear ciudadanos de primera y de segunda. Si el dinero físico desaparece, aquellos que no se adapten al nuevo entorno digital podrían quedar fuera de servicios esenciales, de ayudas, de relaciones comerciales básicas. Esto no es solo un problema técnico: es una herida en el corazón de la justicia social. La inclusión no puede ser un añadido, debe estar en el ADN de cualquier política económica digital.

    Desde una perspectiva ética, la tecnología debe estar al servicio del ser humano, no al revés. Eso implica que toda innovación, por muy eficiente que sea, debe garantizar alternativas accesibles y comprensibles para todos. Incluir es más que permitir: es acompañar, formar y adaptar el sistema para que nadie quede fuera. Porque en una sociedad verdaderamente justa, nadie es descartable.

  • Sociedad

    HACIA UNA CONVIVENCIA INCLUSIVA: PERSPECTIVAS DE FUTURO (5 de 6)

    El futuro de la gestión migratoria en un Estado laico pasa por entender la migración no solo como un desafío, sino también como una oportunidad para renovar los valores democráticos. El aumento de la diversidad religiosa y cultural puede enriquecer la sociedad, siempre que exista un compromiso real con el respeto y la cooperación.

    En esta línea, la laicidad no debe confundirse con hostilidad hacia las expresiones de fe. Al contrario, puede volverse aliada de la pluralidad, propiciando que ninguna confesión imponga su visión, y que ninguna sea excluida de la esfera pública. Desde esta perspectiva, se alienta a los organismos gubernamentales a colaborar con comunidades religiosas y civiles, aprovechando sus redes de apoyo y conocimiento del terreno.

    Por último, quiero hacer un llamado a reforzar la educación en valores, de modo que la ciudadanía reconozca en los migrantes a sujetos de derechos y portadores de una riqueza cultural y espiritual. De ello depende la construcción de una sociedad más justa y cohesionada, capaz de afrontar con solidez los retos de un mundo cada vez más complejo y globalizado.