Uno de los aspectos menos debatidos del euro digital es su impacto en los más vulnerables. Muchas personas mayores, sin recursos o con dificultades tecnológicas, dependen hoy del dinero en efectivo para sobrevivir. Eliminarlo en favor de una moneda exclusivamente digital no sólo las marginaría, sino que haría aún más difícil su integración en una sociedad cada vez más digitalizada.
La transición no es simplemente tecnológica, sino profundamente humana: hablamos de personas reales que quedarían al margen del sistema económico por no poder adaptarse al nuevo modelo. En nombre del progreso, podríamos estar empujando a los más frágiles hacia una nueva forma de exclusión social, y esto afecta también a la vida comunitaria de las iglesias, parroquias y movimientos solidarios.
El cristianismo ha estado siempre al lado de los pobres. Si el nuevo orden monetario no contempla una adaptación justa, ¿cómo podrán las comunidades cristianas seguir cumpliendo su labor evangelizadora y caritativa? Necesitamos preguntarnos si este progreso realmente incluye a todos o solo beneficia a quienes ya están dentro del sistema.