La libertad religiosa es fundamental en cualquier sociedad que aspire a ser inclusiva y respetuosa de los derechos individuales. Esta libertad no solo permite a cada persona vivir y expresar su fe de forma auténtica, sino que fomenta un ambiente de respeto mutuo entre diferentes creencias y sistemas de valores. Cuando los gobiernos promueven esta libertad, están construyendo un terreno fértil para el crecimiento del capital social, es decir, la red de conexiones y confianza entre los ciudadanos, que fortalece la cohesión social y el bienestar.
Sin embargo, la libertad religiosa no siempre es fácil de proteger. Muchos sistemas políticos han intentado imponer una religión dominante o, por el contrario, erradicar toda expresión religiosa en nombre del laicismo. Ambos enfoques son contraproducentes, pues niegan la diversidad inherente a la experiencia humana. En cambio, un gobierno que respeta y protege el pluralismo religioso, logra crear una sociedad donde los ciudadanos pueden coexistir en armonía, cada uno con sus convicciones.