La recepción de migrantes no es solamente un asunto de política de fronteras o de regulación laboral, sino que implica un compromiso ético profundo. La doctrina social cristiana, basada en principios como la dignidad de la persona y la solidaridad, ofrece un marco para entender la migración desde una perspectiva humana e inclusiva.
La dignidad humana, considerada inalienable, implica que cada persona, independientemente de su origen o religión, merece ser acogida con respeto. El principio de solidaridad recuerda que la comunidad entera se ve fortalecida cuando se integra a los recién llegados y se atienden sus necesidades esenciales. Estos valores no pertenecen en exclusiva a las religiones, sino que pueden ser compartidos por quienes defienden derechos humanos universales.
Además, la subsidiariedad invita a que distintos niveles -familia, comunidad, Estado- colaboren de forma complementaria. En la práctica, las organizaciones de inspiración religiosa y las instituciones gubernamentales tienen la oportunidad de trabajar juntas: mientras las primeras suelen brindar asistencia directa y acompañamiento espiritual, las segundas deben velar por el cumplimiento de los derechos y el ordenamiento legal para todos.