• Geopolítica

    LOGÍSTICA, CHIPS Y GUERRAS DEL MAÑANA: LECCIONES DE LA NOVELA 2034 (6 de 6)

    Las cadenas de suministro no son neutrales; son “proyectos políticos” que rediseñan la geografía de la producción y, con ella, la estrategia militar. Así lo ilustra la novela 2034, donde un F‑35 sobre el estrecho de Ormuz es hackeado mediante semiconductores fabricados en Taiwán, forzando a EE. UU. a pelear sin su ventaja tecnológica ​.

    El episodio condensa una verdad incómoda: la supremacía militar de Washington depende de chips grabados en Hsinchu y de imanes fabricados con neodimio refinado en Jiangxi. Cuando esas cadenas se tensan, no basta con aumentar aranceles; hay que replantear la logística, la “ciencia marcial” que asegura combustible, munición… y silicio.

    De ahí la ofensiva de la Casa Blanca para mapear vulnerabilidades —baterías, fármacos, semiconductores y, sí, tierras raras— y la presión sobre socios europeos y del Indo‑Pacífico para tejer redes redundantes. Al mismo tiempo, China necesita cada vez más tierras raras para sus propios planes tecnológicos y militares, lo que limita el margen real de usar el embargo como arma definitiva ​.

    La moraleja es clara: quien domine la logística de los materiales críticos dominará el campo de batalla —físico o digital— del siglo XXI. Y esa carrera, a diferencia de los megahercios o los nanómetros, se libra al ritmo lento de nuevas minas, refinerías y puertos: una década de inversiones para evitar un día de pánico.

  • Geopolítica

    AUSTRALIA CONTRAATACA: LYNAS Y EL NUEVO TRIÁNGULO CANBERRA–KUALA LUMPUR–TEXAS (5 de 6)

    El mayor desafío al monopolio chino surge, paradójicamente, del hemisferio sur. Hace una década Australia no tenía ninguna mina operativa; hoy es el segundo productor mundial gracias al yacimiento de Mount Weld y a la empresa Lynas, que extrae en el desierto de Australia Occidental y refina en Malasia ​.

    Lynas no se detiene ahí. Con financiación del Pentágono construirá en Texas la primera planta de separación de tierras raras de Estados Unidos desde los años 80, aprobada en enero de 2021 ​. La operación persigue un doble objetivo: diversificar la oferta para industrias civiles —vehículos eléctricos, eólicos o electrónica de consumo— y blindar la base industrial de defensa norteamericana frente a un hipotético embargo chino.

    Esta estrategia encaja con la Supply Chain Resilience Initiative (Australia‑India‑Japón) y con la creciente cooperación Canberra‑Washington en materias estratégicas. El resultado es un triángulo que combina recursos australianos, capacidad química malasia y know‑how estadounidense, demostrando que la diversificación es posible cuando existe voluntad política y capital a largo plazo.

    Sin embargo, montar una cadena alternativa lleva años y miles de millones de dólares. Mientras las nuevas plantas alcanzan escala, la industria global sigue expuesta a los vaivenes de Pekín. Australia ofrece un camino, pero el reloj geopolítico corre más rápido que las perforadoras.

  • Geopolítica

    TIERRAS RARAS: EL AS BAJO LA MANGA DE CHINA (4 de 6)

    Que China aún dependa de Taiwán para el silicio no significa que se haya quedado sin palancas de presión. Pekín controla la extracción de 9 de los 17 elementos de tierras raras y refina 14 de ellos, lo suficiente para poner en jaque la producción global de cazas F‑35, submarinos nucleares o turbinas eólicas si decidiera cerrar el grifo ​.

    Ya lo insinuó en 2010, recortando un 37 % sus cuotas de exportación en pleno pulso con Japón por las islas Senkaku, y volvió a agitar el espectro en mayo de 2019, cuando el Diario del Pueblo avisó a Washington de que las tierras raras podían convertirse en “nuestra respuesta” arancelaria ​. En febrero de 2021 la prensa filtró que Pekín estudiaba vetar ventas a la industria de defensa estadounidense, aunque dos días más tarde elevó su propia cuota de producción un 27 % para calmar los mercados ​.

    El problema no es la escasez geológica —estos minerales abundan en Australia, Brasil o Vietnam— sino el cuello de botella industrial: la minería y, sobre todo, el costoso y contaminante proceso de refinado. Deng Xiaoping lo resumió en 1992: “Oriente Medio tiene petróleo; China, tierras raras”. Treinta años después, aquel cálculo sigue intacto.

    Si la hegemonía de los chips está en disputa, la de las tierras raras continúa siendo un arma silenciosa capaz de redibujar alianzas. Cada amenaza, por vaga que parezca, sacude las cadenas de suministro y recuerda a Occidente que la geopolítica no se juega solo en los laboratorios, sino también en el subsuelo.

  • Geopolítica

    RECONFIGURANDO LAS CADENAS: EE. UU., UE Y CHINA SE DISPUTAN EL SILICIO (3 de 6)

    Las carencias de 2020–2021 activaron la palanca política. En febrero de 2021, la Casa Blanca abrió una revisión de 100 días sobre cuatro cadenas críticas –semiconductores incluidos– para mapear vulnerabilidades y reducir la dependencia de China ​. Al mismo tiempo, endureció los controles de exportación que impiden a Huawei y otras firmas acceder a tecnología estadounidense a lo largo de toda la cadena, desde el software EDA hasta los equipos EUV.

    China, que consume más del 60 % de los chips del mundo pero produce una fracción, respondió con un plan quinquenal que eleva un 7 % anual la inversión en I+D y financia una nueva megafab de SMIC en Shenzhen por 2.350 M $ ​. Europa, por su parte, lanzó la “Brújula Digital 2030” con el objetivo de duplicar su cuota de fabricación del 10 % al 20 % y corteja a Intel y TSMC para instalar nodos avanzados en suelo comunitario, mientras protege su joya de la corona: ASML, el único proveedor mundial de EUV ​.

    El tablero se completa con iniciativas como la Supply Chain Resilience Initiative (Australia‑India‑Japón) o la propuesta de Consejo de Comercio y Tecnología UE‑EE. UU., todas orientadas a diversificar proveedores y blindar la transferencia de know‑how. Pekín lo ve como un cerco; Bruselas y Washington lo justifican como defensa de su seguridad nacional.

    Lo cierto es que la fabricación de un smartphone y la de un dron militar comparten la misma litografía de 5 nm. En un mundo donde la línea entre lo civil y lo militar se difumina, el control del silicio es también el control de la potencia. Los próximos años decidirán quién escribe –o graba en silicio– esa ecuación.

  • Geopolítica

    TAIWÁN Y EL CORAZÓN DE LA CADENA: TSMC ENTRE LA SEQUÍA Y LA GEOPOLÍTICA (2 de 6)

    En la ciudad taiwanesa de Hsinchu se fabrica prácticamente todo el silicio de 5 nm y 7 nm que impulsa nuestro mundo digital. La Taiwan Semiconductor Manufacturing Company (TSMC), pionera del modelo pure‑play foundry nacido en 1987, opera allí siete de sus catorce fábricas y comparte con solo dos rivales –Intel y Samsung– la capacidad de producir nodos por debajo de 10 nm ​.

    Esta concentración extrema es eficiente para la industria, pero un riesgo sistémico para la economía global. Un terremoto en 1999 subió de golpe el precio de la memoria DRAM y hundió las acciones de gigantes como IBM; hoy, cualquier incidente tendría un impacto exponencial ​. A ello se suma la peor sequía en 60 años: cada oblea necesita unos 10.000 L de agua ultrapura y TSMC consume 156.000 t diarias. Con embalses al 3–5 % de capacidad en 2021, el gobierno impuso recortes del 15 % y las fabs recurrieron a camiones cisterna ​.

    El agua no es el único vector de vulnerabilidad. El 90 % del equipamiento de fotolitografía ultravioleta extrema (EUV) procede de un único proveedor holandés, y la isla se encuentra en el centro del pulso geopolítico entre EE. UU. y China. No es casual que el Pentágono etiquete a los semiconductores como “infraestructura crítica” y que Washington busque relocalizar parte de la fabricación en territorio norteamericano.

    Para los responsables de política industrial, la lección es clara: diversificar la capacidad y reforzar la resiliencia, sin perder de vista que cualquier estrategia debe contar –y cooperar– con un actor que hoy es irreemplazable: Taiwán.

  • Geopolítica

    CHIP‑GEDDON: LA TORMENTA PERFECTA QUE VACIÓ LOS ALMACENES DE CHIPS (1 de 6)

    La paralización de líneas de montaje de automóviles, consolas y hasta cazas F‑35 puso bajo los focos un componente diminuto pero vital: el semiconductor. Desde finales de 2020, la demanda explosiva de dispositivos para teletrabajo y ocio digital chocó con una cadena de valor hiper‑especializada y frágil, desatando la llamada chip‑geddon ​.

    Detrás de cada chip hay miles de millones de transistores grabados sobre una oblea de silicio y tres grandes familias de productos: lógicos (CPU, Wi‑Fi), memorias (DRAM, NAND) y los discretos‑analógicos‑optoelectrónicos que traducen el mundo físico a bits ​. Producirlos exige fábricas –fabs– que cuestan más de 10.000 M $ incluso en su versión “económica”, una barrera de entrada que concentra la oferta mundial en pocas manos ​.

    Ese cuello de botella se agrava porque los chips son ya el cuarto producto más comercializado del planeta, un puesto alcanzado no por bajos aranceles, sino por la división geográfica de tareas: EE. UU. domina el I+D y el software de diseño, Corea y Taiwán lideran la fabricación de obleas avanzadas y China concentra el ensamblaje final ​. Cuando una parte se frena, toda la maquinaria mundial se detiene. El resultado ha sido una cascada de retrasos, alzas de precio y búsqueda frenética de capacidad adicional que todavía hoy repercute en sectores tan dispares como la automoción, las telecomunicaciones 5G o la producción de electrodomésticos. Sin ajustes estructurales, los analistas advierten de que la próxima disrupción podría estar a la vuelta de la esquina.