• Política

    POPULISMO: LA PULSIÓN PLEBEYA QUE VACÍA INTERMEDIARIOS (IV)

    No confundamos: el populismo no es un régimen sino una gramática política. Su gramática parte de un postulado sentimental: existe un «pueblo auténtico» cuya voluntad ha sido secuestrada por una «élite corrupta». El líder populista se presenta como traductor directo de esa voz colectiva y, al hacerlo, cuestiona toda institución intermedia —partidos tradicionales, parlamento, prensa— que reclame la función de representar o fiscalizar. El populismo no se define por su ideología (puede ser de izquierdas o de derechas) sino por el estilo. Ese estilo privilegia la cercanía emocional, la narración simplificada, el plebiscito permanente. Cualquier disidencia interna se describe como traición al pueblo; la complejidad se ridiculiza como excusa de tecnócratas.

    En democracia el populismo puede actuar como termómetro que alerta sobre déficits de representación. Pero si el termómetro toma el poder y anula los contrapesos, la temperatura sube sin control. La concentración carismática de la toma de decisiones, sumada al desprestigio de los contrapoderes, empuja a la deriva autoritaria. A menudo ese viaje se acelera cuando el líder adopta la lógica del estado de excepción y justifica la erosión de garantías con la batalla contra la oligarquía traidora. Los casos latinoamericanos del cambio de siglo ofrecen abundante material de estudio; también varias democracias centroeuropeas hallarán ecos familiares.

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    BARRER EL MAPA: AUTORITARISMO, DICTADURA, POPULISMO Y TOTALITARISMO (I)

    Hay palabras que funcionan como advertencias y, sin embargo, con el uso cotidiano se desgastan hasta volverse casi inofensivas. «Autoritario» acaba significando apenas “mandón”; «populista» es el epíteto fácil contra todo rival; «dictadura» se lanza como insulto a la menor restricción sanitaria, y «totalitarismo» parece un fósil reservado a historiadores de mediados del siglo XX. El riesgo de esa saturación verbal es doble: perdemos la precisión analítica y, al mismo tiempo, se embotan los reflejos morales que deberían activarse cuando uno de esos fenómenos asoma. Por eso dedico este capítulo a repasar, de manera narrativa y no enciclopédica, los contornos de cada término, sus zonas de solapamiento y las sendas que conducen de uno a otro.

    Imaginemos un eje que va desde el control limitado al monopolio absoluto del poder. En el extremo más cercano al pluralismo se encuentran los sistemas autoritarios; en el opuesto, los totalitarios. Entre ambos median dictaduras de distinto signo y, como transversal, un estilo político —el populista— que puede injertarse en casi cualquier punto del eje para acelerarlo hacia las formas más duras de dominio. El cuadro conceptual no es un catálogo de especies puras, sino una gradación de tonalidades donde la mezcla es la norma y las transiciones ocurren con frecuencia. El lector hará bien en mantener la imagen de un termómetro: el mercurio nunca se queda definitivamente quieto.