• Geopolítica

    UNICEF: INFANCIA, PODER Y REINGENIERÍA SOCIAL

    UNICEF ha pasado de la ayuda de emergencia a un activismo programático capaz de moldear marcos legales y políticas públicas bajo la legitimidad moral de la protección infantil. Su arquitectura híbrida —Junta Ejecutiva intergubernamental, pero comités nacionales autónomos en los países más ricos— le permite combinar relato multilateral con músculo de lobby doméstico, incidir en agendas legislativas y financiar operaciones en terceros países. La dependencia total de aportes voluntarios refuerza esa palanca: quien financia orienta prioridades, ritmos y metodologías.

    El vector de influencia se presenta como neutralidad técnica: “derechos de la infancia”, asistencia para diseñar políticas, indicadores y estándares. En la práctica, esto se traduce en la adopción de marcos conceptuales que reconfiguran familia, escuela y relaciones intergeneracionales conforme a modelos específicos —y exportables—. La Convención sobre los Derechos del Niño funciona como gramática común que legitima auditorías de políticas nacionales y condiciona prioridades presupuestarias, mientras la red de oficinas y programas forma profesionales que internalizan y difunden ese enfoque en sistemas educativos y de protección social.

    El resultado geopolítico es un poder blando de alta capilaridad: presión coordinada desde oficinas regionales y nacionales, comités en países donantes que activan la incidencia política, y programas que se despliegan como “cooperación” pero actúan como vectores de homogeneización cultural. En contextos de austeridad o crisis, la organización puede cuestionar decisiones fiscales democráticamente adoptadas en nombre del interés superior del menor, desplazando el debate político hacia un terreno moral difícilmente contestable.

    Reequilibrar este ecosistema exige trazabilidad total de la financiación, separación nítida entre captación de fondos e incidencia normativa, participación vinculante de familias y comunidades en el diseño de programas, y evaluaciones de impacto cultural además de las operativas. Sin estos contrapesos, la protección de la infancia corre el riesgo de convertirse en un caballo de Troya para agendas sociales y educativas que no han pasado por el escrutinio democrático de las sociedades a las que pretenden servir.

  • Geopolítica

    OMS: PODER SANITARIO SIN CONTRAPESOS

    La OMS funciona con una asimetría de origen: menos de una quinta parte de su presupuesto proviene de cuotas obligatorias controladas por los Estados; el resto son aportes “voluntarios” de gobiernos, fundaciones y alianzas público-privadas. Esa arquitectura invierte la lógica democrática: quien financia de forma discrecional orienta prioridades, ritmos y temas, y puede retirar fondos si la agenda no encaja con sus intereses. En la práctica, grandes donantes privados y partenariados del ecosistema farmacéutico han ganado un peso que supera al de la mayoría de países miembro.

    Ese poder se traduce en capacidad de condicionar políticas nacionales bajo el ropaje de recomendaciones “técnicas”. La pandemia amplificó el fenómeno: medidas de confinamiento, mascarillas, distancias y calendarios vacunales se implementaron como mandatos incuestionables. Ahora, el “Acuerdo sobre Pandemias” consolida marcos vinculantes y una coordinación con FMI y Banco Mundial que puede activar condicionalidad financiera: salud pública convertida en palanca de gobernanza global. Paralelamente, la creación de mecanismos como GAVI, Fondo Mundial, CEPI o COVAX —con fuerte impronta de la industria— permite operar fuera del control directo de la OMS, pero con su sello de legitimidad.

    El resultado geopolítico ha sido especialmente duro para el Sur global: economías informales devastadas por cierres prolongados, dependencia de compras centralizadas y barreras de propiedad intelectual que frenaron la producción local. La narrativa “única” sobre estrategias y orígenes, sumada a la descalificación de debates científicos legítimos, estrechó el pluralismo crítico necesario en una crisis de alta incertidumbre. A esto se añaden tensiones de la propia descentralización (como en la OPS), donde agendas regionales y presiones de financiadores erosionan la coherencia global.

    Si la OMS aspira a recuperar legitimidad, necesita reequilibrar su gobierno: elevar el peso de las cuotas no condicionadas, publicar contratos y beneficiarios finales en tiempo real, levantar cortafuegos entre donación privada y fijación de agenda, garantizar auditorías de impacto independientes con datos abiertos y proteger el disenso científico como bien público. Sin esos contrapesos, la salud global seguirá orbitando alrededor de chequeras y no de parlamentos.