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    DICTADURA: LA EXCEPCIÓN QUE SE NORMALIZA (III)

    A diferencia del autoritarismo —que todavía necesita el lenguaje de la ley— la dictadura gobierna apoyada en la fuerza desnuda. Históricamente se presenta como una respuesta extraordinaria a la emergencia, pero pronto convierte la excepción en rutina. El dictador —una persona, un comité o una junta militar— concentra los tres poderes clásicos y coloca la violencia estatal como intermediaria cotidiano entre la ciudadanía y el Estado. La legalidad pasa de ser garantía a instrumento y se redacta a conveniencia del mando supremo.

    La dictadura no necesita artilugios persuasivos sofisticados: le basta con controlar los cuarteles y las frecuencias de radio. Allí donde el autoritarismo restringe, la dictadura prohíbe; donde aquél rediseña titulares, ésta clausura redacciones. Sin embargo, su mismo éxito engendra fragilidad. Al carecer de válvulas de renovación, la pirámide cerrada se corroe desde dentro: rivales que huelen la decrepitud del líder; oficiales que imaginan un golpe preventivo; burócratas que temen un ajuste de cuentas si el régimen colapsa mañana. Así, muchas dictaduras caen por implosión o mutan, al verse sin oxígeno, hacia un autoritarismo que intente recuperar legitimidad a través de elecciones controladas.

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    BARRER EL MAPA: AUTORITARISMO, DICTADURA, POPULISMO Y TOTALITARISMO (I)

    Hay palabras que funcionan como advertencias y, sin embargo, con el uso cotidiano se desgastan hasta volverse casi inofensivas. «Autoritario» acaba significando apenas “mandón”; «populista» es el epíteto fácil contra todo rival; «dictadura» se lanza como insulto a la menor restricción sanitaria, y «totalitarismo» parece un fósil reservado a historiadores de mediados del siglo XX. El riesgo de esa saturación verbal es doble: perdemos la precisión analítica y, al mismo tiempo, se embotan los reflejos morales que deberían activarse cuando uno de esos fenómenos asoma. Por eso dedico este capítulo a repasar, de manera narrativa y no enciclopédica, los contornos de cada término, sus zonas de solapamiento y las sendas que conducen de uno a otro.

    Imaginemos un eje que va desde el control limitado al monopolio absoluto del poder. En el extremo más cercano al pluralismo se encuentran los sistemas autoritarios; en el opuesto, los totalitarios. Entre ambos median dictaduras de distinto signo y, como transversal, un estilo político —el populista— que puede injertarse en casi cualquier punto del eje para acelerarlo hacia las formas más duras de dominio. El cuadro conceptual no es un catálogo de especies puras, sino una gradación de tonalidades donde la mezcla es la norma y las transiciones ocurren con frecuencia. El lector hará bien en mantener la imagen de un termómetro: el mercurio nunca se queda definitivamente quieto.