Política

POPULISMO: LA PULSIÓN PLEBEYA QUE VACÍA INTERMEDIARIOS (IV)

No confundamos: el populismo no es un régimen sino una gramática política. Su gramática parte de un postulado sentimental: existe un «pueblo auténtico» cuya voluntad ha sido secuestrada por una «élite corrupta». El líder populista se presenta como traductor directo de esa voz colectiva y, al hacerlo, cuestiona toda institución intermedia —partidos tradicionales, parlamento, prensa— que reclame la función de representar o fiscalizar. El populismo no se define por su ideología (puede ser de izquierdas o de derechas) sino por el estilo. Ese estilo privilegia la cercanía emocional, la narración simplificada, el plebiscito permanente. Cualquier disidencia interna se describe como traición al pueblo; la complejidad se ridiculiza como excusa de tecnócratas.

En democracia el populismo puede actuar como termómetro que alerta sobre déficits de representación. Pero si el termómetro toma el poder y anula los contrapesos, la temperatura sube sin control. La concentración carismática de la toma de decisiones, sumada al desprestigio de los contrapoderes, empuja a la deriva autoritaria. A menudo ese viaje se acelera cuando el líder adopta la lógica del estado de excepción y justifica la erosión de garantías con la batalla contra la oligarquía traidora. Los casos latinoamericanos del cambio de siglo ofrecen abundante material de estudio; también varias democracias centroeuropeas hallarán ecos familiares.