La relación entre manipulación y desinformación no es casual ni espontánea; responde a una arquitectura estratégica deliberada que los expertos en seguridad nacional han denominado FIMI (Foreign Information Manipulation and Interference). Este concepto designa patrones de comportamiento coordinados e intencionales desarrollados específicamente en el dominio informativo para manipular la realidad percibida por la ciudadanía.
Lo crucial es entender que estas campañas no necesariamente contienen noticias falsas en el sentido tradicional; su poder radica en distorsionar la realidad mediante contenido manipulado que mezcla verdades parciales, contextos alterados y énfasis selectivos para erosionar la estabilidad de los Estados y de sus instituciones democráticas.
Las campañas de desinformación contemporáneas se caracterizan por su uso sistemático de la polarización, el lenguaje emocional y sensacionalista, y el discurso del miedo y del odio como herramientas para debilitar la confianza institucional. No se limitan a períodos electorales, aunque ciertamente se intensifican durante elecciones; operan de manera continua y sostenida con objetivos a largo plazo. Su finalidad última es corromper el debate público hasta el punto de que la ciudadanía pierda la capacidad de distinguir entre información fiable y propaganda.