Geopolítica

FMI: LA ECONOMÍA POLÍTICA DEL RESCATE

El FMI se presenta como el engranaje multilateral de la estabilidad financiera, pero su arquitectura concentra el poder real en pocas manos. La Junta de Gobernadores funciona como fachada representativa, mientras el Directorio Ejecutivo —apenas un puñado de sillas— decide el día a día. El sistema de cuotas lo vertebra todo (aportes, acceso a recursos, poder de voto), consolidando una representación sobredimensionada del Norte Global y un poder de bloqueo de facto para las principales potencias. El resultado: una gobernanza oligárquica con apariencia universal.

La influencia del Fondo se ejerce a través de la condicionalidad: programas que exigen reformas fiscales, monetarias y regulatorias alineadas con el conocido consenso de Washington. Lo que se presenta como “técnico” es profundamente político: privatizaciones, liberalización financiera y disciplina fiscal priorizan la estabilidad de acreedores y mercados sobre el tejido productivo y social de los países deudores. La ubicación, redes y cultura económica dominante del organismo refuerzan ese sesgo: recomendaciones empaquetadas como neutralidad experta que despolitizan decisiones de alto impacto distributivo.

En las crisis, la pauta se repite: protección del sistema financiero y socialización de pérdidas, con el coste trasladado a salarios, empleo y servicios públicos. La condicionalidad del FMI, además, actúa como puerta de acceso (o cierre) a otros flujos de financiación, multiplicando su capacidad de presión. La infrarrepresentación del Sur Global, la inercia en las reformas de cuotas y la selección de liderazgos consolidan un statu quo que se resiste a reflejar la nueva realidad económica. No es casual que varios países exploren alternativas (acuerdos de swaps, bancos de desarrollo regionales, BRICS) para escapar de esa camisa de fuerza.

Reequilibrar el tablero exigiría rediseñar la gobernanza (desacoplar voto de aportes, limitar vetos), introducir cláusulas sociales mínimas en la condicionalidad, compartir cargas con los acreedores privados (bail-ins), abrir los modelos y supuestos a escrutinio independiente y garantizar evaluación ex post de impactos reales. Mientras eso no ocurra, el FMI seguirá operando menos como garante de estabilidad global y más como herramienta de disciplina macroeconómica al servicio de quienes ya mandan en el sistema.