Otro fenómeno inquietante es el paso de las ONG de actores benéficos a agentes de transformación política a escala global. Muchas de ellas, respaldadas por fundaciones multimillonarias, actúan con mayor eficacia que los Estados, sin controles democráticos ni rendición de cuentas.
Lejos de limitarse a tareas humanitarias, muchas ONG influyen en las definiciones de derechos humanos, en políticas públicas y en resoluciones internacionales. Su agenda responde a una visión ultraliberal y globalista que impone cambios sociales profundos sin legitimidad popular.
La democracia, si quiere sobrevivir, debe recuperar el control sobre las decisiones clave. No podemos delegar en actores privados cuestiones que afectan a la moral pública, la identidad nacional y la vida humana misma.