• Totalitarismo

    EL GUARDIA EN TU CABEZA

    ¿Te sorprendes borrando un mensaje antes de publicarlo en una red social? No estás solo. Cada vez que calculamos quién podría ofenderse, qué captura de pantalla podría hundirnos o si un futuro reclutador revisará nuestro pasado digital, estamos ejerciendo la censura más eficaz: la que sale de dentro. Ya no hace falta que el poder vigile todas las pantallas; basta con que sepamos que alguien—un algoritmo, una turba o un jefe futuro—podría hacerlo. El miedo es tan silencioso que ni siquiera lo llamamos miedo: lo llamamos “prudencia”.

    Este guardia interior se alimenta de dos certezas modernas: todo queda registrado y todo puede viralizarse. Un chiste fuera de tono, una duda incómoda o una opinión impopular pueden costarte un contrato, una beca o la paz en tu grupo de WhatsApp. Resultado: antes de hablar, nos preguntamos si vale la pena el riesgo; casi siempre decidimos que no. Y así, idea tras idea, conversación tras conversación, la esfera pública se llena de discursos prelavados: inofensivos, repetidos y tan correctos que aburren.

    Romper ese hechizo empieza por recordarnos que la democracia se sostiene sobre el derecho a fallar en voz alta, a cambiar de opinión y a disentir sin miedo al linchamiento. Practicar el desacuerdo respetuoso, rescatar espacios de conversación sin grabadoras y celebrar a quien se atreve a rectificar son pequeños actos de desobediencia al censor interno. Porque cuando renunciamos a decir lo que pensamos, la libertad deja de ser un derecho y se convierte en un recuerdo.