La saturación informativa ha borrado las jerarquías del sentido. Un conflicto armado, una receta viral o una polémica de redes sociales ocupan el mismo espacio visual en nuestros muros digitales. El algoritmo no distingue entre lo trascendente y lo trivial; y el usuario, poco a poco, tampoco.
Esta nivelación de la importancia no amplía la libertad: la disuelve. Al no poder distinguir entre lo relevante y lo accesorio, perdemos la brújula moral que orienta nuestras decisiones colectivas. La democracia no muere de silencio, sino de dispersión.
La tarea del pensamiento crítico consiste en restaurar la escala de lo importante. No todo merece la misma atención, y saber a qué mirar es hoy un ejercicio de soberanía interior.
