• Geopolítica

    W3C: CUANDO LOS ESTÁNDARES DICTAN LA POLÍTICA

    El W3C (World Wide Web Consortium) es el arquitecto invisible de la Web: define los lenguajes y protocolos que usamos a diario y, con ellos, las formas en que millones de personas acceden, crean y comparten información. Su imagen de neutralidad técnica y cooperación abierta convive con un hecho incómodo: convertir decisiones políticas sobre comunicación, privacidad y competencia en “estándares” supuestamente apolíticos. En ese tránsito, un puñado de grandes plataformas y élites técnicas fijan el rumbo de la infraestructura digital global.

    La gobernanza por “consenso”, la membresía de pago y el trabajo en grupos altamente especializados elevan barreras de entrada que favorecen a quienes tienen músculo financiero y plantillas de ingenieros. La llamada “soft law” de los estándares termina operando como ley dura: lo que el W3C aprueba se convierte en norma de facto para navegadores, servicios y dispositivos. También pesan incentivos que anclan el statu quo —como políticas de patentes “royalty-free” diseñadas para maximizar adopción por parte de incumbentes— y la coordinación con otros consorcios técnicos que actúan como un gobierno digital sin urnas.

    Las consecuencias se sienten en la capa social: marcos de “privacidad” que legitiman modelos de extracción de datos mediante avisos y cookies; capacidades del navegador (geolocalización, acceso a cámara/micrófono, almacenamiento) desplegadas como mejoras de experiencia, pero útiles para vigilancia y perfiles invasivos; y una preferencia estructural por arquitecturas centralizadas que consolidan plataformas, frente a alternativas descentralizadas que devolverían soberanía a usuarios y comunidades.

    Reequilibrar exige abrir la caja negra: representación real de usuarios y actores públicos, evaluaciones de impacto social y de competencia antes de estandarizar, compatibilidad obligatoria con privacidad por diseño, y una agenda explícita para protocolos descentralizados e interoperabilidad fuerte. Si no, seguiremos confundiendo “técnico” con “neutral”: los estándares continuarán decidiendo, de forma silenciosa, cuestiones que deberían debatirse políticamente.

  • Economía

    PRIVACIDAD POR DEFECTO: LA PRIMERA FRONTERA DE LA DIGNIDAD DIGITAL

    En la economía digital que se perfila con el euro digital y la identidad digital europea, la privacidad debe ser la primera línea de defensa de la libertad humana. No se trata solo de ocultar datos, sino de reconocer que cada persona tiene derecho a decidir qué comparte, con quién y para qué. La privacidad no es un lujo, ni una manía conspirativa: es un reflejo de la dignidad del ser humano, que no puede ser tratado como un objeto de vigilancia continua.

    Diseñar sistemas donde cada transacción económica, movimiento sanitario o registro educativo quede automáticamente grabado en un servidor —posiblemente bajo control estatal o corporativo— es crear un entorno en el que la sospecha sustituye a la confianza. En nombre de la seguridad, podríamos estar allanando el camino hacia un sistema donde todo se sabe… excepto quién vigila a los vigilantes. Por eso, el principio de privacidad por defecto exige que cualquier sistema digital esté construido con garantías técnicas y legales que prioricen la protección del usuario. El anonimato en ciertas operaciones, el cifrado real de los datos, la posibilidad de actuar sin ser constantemente perfilado: todo esto no debería ser una opción, sino una norma. Solo así la tecnología podrá servir a la persona sin someterla.