• Libertad

    INCLUSIÓN Y NO DISCRIMINACIÓN TECNOLÓGICA

    En cualquier transición tecnológica, la primera víctima suele ser el más débil. El paso hacia una economía basada exclusivamente en el euro digital corre el riesgo de excluir a millones de personas que no tienen acceso, habilidades o confianza en el entorno digital. Personas mayores, familias sin conectividad, migrantes, personas con discapacidad o quienes viven en zonas rurales podrían verse marginados no por mala voluntad, sino por diseño.

    Un sistema económico justo no puede permitirse crear ciudadanos de primera y de segunda. Si el dinero físico desaparece, aquellos que no se adapten al nuevo entorno digital podrían quedar fuera de servicios esenciales, de ayudas, de relaciones comerciales básicas. Esto no es solo un problema técnico: es una herida en el corazón de la justicia social. La inclusión no puede ser un añadido, debe estar en el ADN de cualquier política económica digital.

    Desde una perspectiva ética, la tecnología debe estar al servicio del ser humano, no al revés. Eso implica que toda innovación, por muy eficiente que sea, debe garantizar alternativas accesibles y comprensibles para todos. Incluir es más que permitir: es acompañar, formar y adaptar el sistema para que nadie quede fuera. Porque en una sociedad verdaderamente justa, nadie es descartable.

  • Libertad

    LIBERTAD DE USO Y POSESIÓN DEL DINERO: SIN AUTONOMÍA NO HAY JUSTICIA

    Uno de los pilares fundamentales de una economía libre y humana es que las personas puedan poseer y usar su dinero con autonomía. No hablamos solo de la capacidad de gastar, sino del derecho profundo a decidir cómo, cuándo y en qué empleamos nuestros recursos sin que una autoridad central condicione esas decisiones con filtros ideológicos, restricciones arbitrarias o mecanismos de control sutil.

    Con la llegada del euro digital, este principio está en riesgo. Si todo el dinero existe solo en forma digital, y además es programable, podría limitarse su uso según criterios externos: tal subvención solo se puede gastar en ciertos productos; tal ayuda expira si no se usa a tiempo; tal usuario no puede hacer transferencias si no cumple determinados requisitos. Esto transforma el dinero en una herramienta de condicionamiento y erosiona la libertad individual.

    Desde una perspectiva ética y cristiana, el uso responsable del dinero es parte de la libertad moral de la persona. No se puede reducir a un código ni a un algoritmo. La justicia requiere reconocer que el dinero no es del Estado ni de una corporación tecnológica: es del ciudadano. Y solo cuando este tiene la garantía de usarlo según su conciencia, el sistema económico puede decirse verdaderamente justo.