Reconocer una campaña de FIMI no es tarea sencilla: su éxito depende precisamente de pasar inadvertida. Sin embargo, existen patrones identificables que permiten sospechar de una posible injerencia. Entre ellos, la aparición repentina de cientos de cuentas nuevas que difunden los mismos mensajes, la propagación simultánea de una narrativa en distintos idiomas, o el uso reiterado de argumentos emocionales y extremos. Cuando una historia parece “demasiado perfecta” para confirmar los prejuicios de un grupo, probablemente esté diseñada para hacerlo.
La detección combina varias disciplinas. Los analistas tecnológicos rastrean la actividad automatizada y los picos de tráfico inusual, mientras los investigadores narrativos analizan los marcos discursivos recurrentes —el pueblo contra la élite, la nación contra el enemigo interno—. Incluso el horario de publicación o el servidor utilizado pueden revelar el país de origen. Pero más allá de la técnica, el elemento decisivo sigue siendo la mirada crítica del ciudadano: la capacidad de detenerse, verificar y preguntarse quién gana con que yo crea esto. Cada lector, periodista o profesor puede convertirse en un eslabón de esa defensa civil. Una sociedad que sabe leer las señales de manipulación se transforma en su propio sistema de alerta temprana. En tiempos de guerra informativa, la vigilancia crítica no es paranoia: es lucidez democrática.