La economía de una civilización del amor no se limita a crecer por crecer; se centra en el desarrollo equitativo y sostenible, en el que los beneficios económicos no son solo financieros, sino sociales y ambientales. En este modelo, tanto las empresas como los gobiernos se comprometen con el bien común, dejando atrás prácticas que explotan recursos y personas.
Imaginemos un mundo en el que cada acto económico esté en función de la comunidad y del respeto al planeta. Este enfoque responsable no solo mejoraría la calidad de vida, sino que también protegería a las futuras generaciones, demostrando que el amor y la sostenibilidad pueden ser principios económicos tan sólidos como cualquier otro.