La baja participación ciudadana en las elecciones, como se ha visto en las recientes elecciones municipales y autonómicas en España, es preocupante. Con solo un 60% de participación en las municipales y alrededor de un 50% en las elecciones al Parlamento Europeo, es evidente que una parte significativa de la población no se siente representada. Este desinterés no solo debilita la legitimidad de los gobiernos, sino que también plantea preguntas sobre el futuro de nuestra democracia.
La abstención no se puede atribuir únicamente a problemas personales o de salud; es un síntoma de un sistema que ha fallado en conectar con las necesidades de sus ciudadanos. Los partidos políticos, en lugar de buscar la causa de esta apatía, tienden a ignorarla, perpetuando un ciclo en el que la voz de la ciudadanía se silencia, lo que a su vez alimenta la desconfianza hacia el sistema.