En un sistema político donde el éxito electoral y los intereses particulares predominan, parece que la moral ha quedado relegada a un segundo plano. Pero la política no puede ser una moral autónoma que se autorregule al margen de los valores absolutos. Necesitamos recuperar una política orientada al bien común, donde las decisiones no se evalúen solo por su eficacia, sino también por su ética. Este cambio no solo requiere líderes íntegros, sino también ciudadanos con una conciencia formada, capaces de exigir transparencia y justicia.
La reconstrucción de este vínculo exige un cambio de mentalidad tanto en los líderes como en los ciudadanos. Necesitamos gobernantes que entiendan la política como un servicio a la comunidad, no como un espacio de poder personal, y ciudadanos con una conciencia formada que exijan coherencia y transparencia. La política no puede ser ajena a la moral porque, en última instancia, su tarea es promover el bienestar integral de la sociedad. Para ello, es imprescindible reavivar principios éticos que trasciendan los intereses particulares y apunten a construir una verdadera comunidad.