El crimen organizado transforma las dinámicas geopolíticas al crear «fronteras invisibles» de control territorial, según el criminólogo Daniel Sansó-Rubert. Estas organizaciones generan un nuevo mapa de poder, desafiando la soberanía de los Estados y configurando áreas de influencia tanto a nivel infra como supranacional.
Esta lucha por el control territorial impacta las relaciones internacionales, con algunos Estados utilizando redes criminales como herramientas estratégicas. Combatir este fenómeno requiere una acción conjunta que desarticule su estructura territorial y rompa las alianzas ilícitas que alimentan su expansión.