El bien común no es simplemente la suma de los intereses individuales, sino el fundamento de una sociedad justa y equitativa. Alcanzarlo requiere renuncias y compromisos por parte de todos, superando los particularismos que dividen y generan desigualdad. Pero, ¿cómo construir esta visión cuando las acciones políticas parecen estar dictadas por grupos de presión y lógicas egoístas? En un mundo que privilegia el éxito político por encima de los principios, necesitamos replantear nuestra concepción del bien común como patrimonio de todos, una meta donde la entrega y el amor se conviertan en el verdadero «pegamento» de nuestras comunidades.
En este contexto, es vital revalorizar la idea de comunidad como patrimonio compartido. El bien común no debe ser visto como un ideal abstracto, sino como un objetivo práctico que inspira las decisiones políticas y sociales. Este principio nos invita a priorizar la justicia, la solidaridad y el amor sobre el egoísmo. Solo recuperando este horizonte, podemos construir un verdadero espacio de convivencia donde las acciones políticas no solo persigan el éxito, sino también la dignidad y el respeto hacia cada ser humano.