En su obra El reino del hombre. Génesis y fracaso del proyecto moderno, el autor, Rémi Brague, examina el esfuerzo de la modernidad por poner al ser humano en el centro de toda realidad, dejando de lado cualquier referencia trascendente. Este proyecto, aunque inicialmente razonable en su intento de neutralidad religiosa, ha llevado a una secularización radical que hoy, lejos de su propósito inicial, ha desembocado en una sociedad nihilista y desconectada de cualquier sentido profundo. La secularización, en su sentido positivo, puede entenderse como la neutralidad religiosa del Estado, es decir, como la distinción —de raíz cristiana— entre lo temporal y lo espiritual. Sin embargo, el “secularismo”, que rechaza explícitamente lo divino, ha reducido la visión de la vida a una existencia sin propósito, desvinculada de la naturaleza o de Dios como fundamentos de legitimidad y valor de la vida humana.
Esta visión secularista extrema acarrea graves consecuencias. Al eliminar cualquier referencia superior, la existencia humana queda vacía de sentido propio; solo se nos ve como el resultado de un azar evolutivo, como sostenía Jacques Monod. Este enfoque, en su lógica absurda, lleva a considerar que el dominio del hombre sobre la Tierra es tiránico e incluso prescindible. No es sorprendente que algunas voces en la conversación pública sugieran que el hombre debe desaparecer para “salvar el planeta”. Para superar esta visión desoladora, debemos encontrar un equilibrio que permita a la secularización convivir con una apertura a lo trascendente. La tarea es construir un humanismo inclusivo que, sin imponer dogmas, reconozca que la vida humana tiene un valor intrínseco y que hay algo más allá de la simple supervivencia que confiere sentido a nuestra existencia.