En un mundo donde la información fluye con una rapidez sin precedentes, la desinformación se ha convertido en un fenómeno inquietante. Aunque estamos más expuestos a datos e información que nunca, la calidad y la veracidad de lo que consumimos son valores cuestionables. Este desamparo informativo es un resultado tanto de los desinformadores como de los desinformados; a menudo creemos que estamos inmunizados contra la manipulación, pero la realidad es que, en muchas ocasiones, somos víctimas de ella.
La proliferación de información errónea y sesgada es alarmante, y la solución no es simplemente consumir más información, sino buscar información de calidad. En este sentido, la aspiración de «menos es más» cobra sentido: es crucial priorizar la calidad de la información que recibimos y aprender a discernir entre lo que es realmente útil y lo que es ruido.