Vivimos en la era de la información digital, donde cualquier persona con acceso a Internet puede crear y difundir contenidos a un ritmo vertiginoso. Sin embargo, esta gran capacidad de comunicación trae consigo un arma de doble filo: la propagación masiva de fake news o noticias falsas. De acuerdo con la Federación Internacional de Periodistas, estas se presentan en forma de artículos, imágenes o vídeos que simulan ser reales, pero cuyo objetivo principal es manipular a la opinión pública.
El problema se agrava en el contexto de la llamada “posverdad”, que describe cómo las emociones y creencias personales influyen más en la formación de la opinión pública que los hechos objetivos. Esto, sumado al uso extensivo de las redes sociales, genera un entorno donde la inmediatez prima por encima de la verificación. Así, titulares llamativos o sensacionalistas encuentran terreno fértil para ganar visibilidad, independientemente de su autenticidad.
La difusión de fake news no se limita únicamente a cuestiones políticas. También impacta en la esfera social y cultural, generando confusión y minando la confianza en los medios de comunicación tradicionales. Por ello, es fundamental que periodistas y ciudadanos desarrollen un criterio sólido para identificar y frenar la desinformación. En este sentido, la educación mediática y la práctica sistemática de verificar fuentes, fechas y autores son claves para protegerse ante el engaño.