La llegada del cristianismo no solo transformó las creencias personales de millones de personas, sino que también dejó una huella indeleble en la estructura social y política de Occidente. Aunque las enseñanzas de Cristo no buscaban modificar el orden político, su mensaje de amor y concordia impactó en el corazón de las personas, lo que eventualmente se tradujo en un cambio profundo en la ética y las relaciones sociales.
Durante la Edad Media, el cristianismo se consolidó como una fuerza política y moral, influenciando el desarrollo del Estado y del derecho. Pensadores como San Agustín y Santo Tomás de Aquino reconciliaron las enseñanzas cristianas con la filosofía clásica, creando un nuevo paradigma sobre la justicia, el poder y la moral. En este contexto, surgió la idea de que los gobernantes debían actuar conforme a principios morales superiores, una noción que sigue vigente en muchos sistemas políticos modernos.