Charlas

EL PENSAMIENTO CRÍTICO EN LAS FAMILIAS

Educar en el pensamiento crítico es una de las mayores responsabilidades que tenemos como padres y como sociedad. En un mundo donde la información circula sin filtro, donde la presión social condiciona el modo de pensar y donde las tecnologías moldean nuestra forma de interpretar la realidad, formar a nuestros hijos para que sean capaces de razonar, discernir y tomar decisiones autónomas no es un lujo, sino una necesidad.

Un niño que aprende a pensar por sí mismo no será fácilmente manipulado. No aceptará como verdad todo lo que escuche, sino que aprenderá a preguntarse: ¿Quién dice esto? ¿Qué pruebas hay? ¿Hay otros puntos de vista? Será una persona que no solo tendrá conocimientos, sino que sabrá usarlos con criterio.

Pero el pensamiento crítico no se enseña con discursos abstractos ni con imposiciones. Se modela en la vida cotidiana, en las conversaciones en casa, en la manera en que los padres enfrentan un problema, en cómo se debate una noticia o en la forma en que se reacciona ante un error. El hogar es la primera escuela del pensamiento crítico, y lo que los niños aprenden en él será la base sobre la que construirán su visión del mundo.

Sin embargo, la familia no puede hacerlo sola. El colegio tiene la obligación de educar no solo para aprobar exámenes, sino para que los alumnos desarrollen una mente despierta y reflexiva. Y aquí las AMPAs tienen un papel fundamental: no solo apoyar la labor educativa, sino exigir que el pensamiento crítico sea una prioridad en la enseñanza.

No queremos hijos que simplemente repitan lo que han aprendido. Queremos hijos que cuestionen, que investiguen, que analicen. Queremos hijos que, cuando se enfrenten a un dilema moral, piensen en las consecuencias antes de actuar. Queremos hijos que, cuando escuchen una afirmación rotunda, se pregunten si hay otra manera de verlo.

Porque enseñar a pensar es el mejor legado que podemos dejarles. No solo les servirá para enfrentarse a los retos académicos o laborales, sino para afrontar la vida con autonomía, ética y resiliencia. Como dice el proverbio: «No podemos preparar el futuro para nuestros hijos, pero sí podemos preparar a nuestros hijos para el futuro».

Si conseguimos que nuestros hijos sean personas que piensan, que razonan y que buscan la verdad, habremos cumplido con nuestra misión. Les habremos dado la herramienta más poderosa para vivir en libertad.