Seguimos con el pensamiento de Saint-Cheron.
Saint-Cheron nos invita a reflexionar sobre la manera en que el burgués trivializa el deseo, reduciéndolo a una búsqueda constante de gratificación inmediata, en un ciclo interminable de consumo que nunca satisface del todo. Para el burgués, la acumulación de bienes y placeres es un fin en sí mismo, y cada objeto deseado solo abre paso a otro. Esta visión refleja una incapacidad para ver el deseo como algo más que una reacción al momento presente. En contraste, la experiencia cristiana propone un deseo que va más allá de lo inmediato y lo material, un impulso que abre el corazón a la infinitud de Dios y a la verdadera trascendencia.
El cristiano, lejos de evitar el deseo, lo entiende como un anhelo profundo que no se agota en el mundo material, sino que encuentra su verdadero sentido en la relación con lo divino. Este enfoque cambia el modo de vivir, transformando cada actividad cotidiana en un espacio para el encuentro con Dios, donde lo eterno toca lo temporal. Así, el deseo se convierte en un camino hacia la plenitud, un vehículo para descubrir la presencia divina en lo sencillo y cotidiano. En un mundo que trivializa los deseos, la fe cristiana ofrece una alternativa de profundidad, libertad y sentido.